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martes, 29 de diciembre de 2009

Pildoritas

Los denominados estadios de la enfermedad son conocidos. Señalan etapas que muchas veces no advertimos sumergidos como estamos en estilos de vida nada razonables. Son los siguientes:
  • El cansancio que no logra ser superado luego de una noche de sueño.
  • La fatiga como estado más permanente.
  • El dolor de distinta procedencia y génesis.
  • Las enfermedades del sistema digestivo.
  • Las enfermedades del sistema cardio circulatorio y metabólico.
  • Las del sistema nervioso.
  • El séptimo estadio es el más preocupante: tiene que ver con la arrogancia, la rigidez o la negación de las señales que el propio cuerpo está enviando y que deberían ser consideradas advertencias.

Aunque algunos de nosotros exhibimos un elaborado discurso sobre el arte de vivir, muchas veces vivimos solamente una vidita.

Sin ánimo de sugerir recetas, valdría la pena recordar algunas sugerencias presentes en la cultura, olvidadas muchas veces en la cultura occidental, decidida como parece estar en consumir hasta lo más superfluo, divertirse hasta morir, vivir aceleradamente y sin tiempo para dedicarle a las cosas placenteras y sencillas de la vida como sentarse a la mesa, en compañía de los hijos pero con ausencia de televisor.

Valdría la pena:

  • Darse tiempo para pensar el estilo de vida apresurada y febril que puede estar siguiéndose, en el marco de un ocaso de los afectos. La búsqueda de objetivos materiales, no justifica todo. Desde luego, que para aquellos sumergidos en la pavorosa exclusión que es también una característica de nuestros tiempos y de nuestros país, nada de todo esto vale. Sobre todo porque las formas que adquiere hoy la exclusión son también novedosas.
  • No suicidarse cada vez que uno se sienta a la mesa. Comer razonablemente, sin excluir las cosas ricas que a uno le gustan pero recordando que la obesidad es una pandemia. Los occidentales comen el doble de lo que les entra en el estómago. Los orientales, la mitad.
  • Hacer ejercicio, entrenarse o dedicarse a prácticas corporales significativas, como se prefiera expresarlo, pero llevar una vida activa. Uno no envejece y por eso abandona las prácticas corporales sino que envejece porque no se realizan prácticas corporales.

M.G.

martes, 22 de diciembre de 2009

Los movimientos de la vida cotidiana

Una categoría de ejercicios imprescindibles

Desde hace muchos años insistimos en la importancia de incluir en las clases de gimnasia, el reaprendizaje y entrenamiento de los movimientos de la vida cotidiana. Son especialmente importantes en las clases grupales con adultos; pero son de gran importancia en las clases de gimnasia a cualquier edad y también en la preparación de deportistas de competencia. En este último caso, por ejemplo, las situaciones en las que desde el suelo el jugador debe pararse y entrar lo más rápidamente posible en acción, son muy numerosas.
Tales movimientos jamás son enseñados; se supone simplemente que todos han de saber caminar, sentarse, pararse, barrer, correr, saltar, rolar, hacer la cama, barrer, hachar, empujar, levantar y hacer rodar un objeto o un automóvil parado y sin batería.
Probablemente muchos supongan que, o no es necesario enseñarlos dado que no tienen una técnica precisa, o que son de imposible inclusión en una clase. ¡Malas noticias! Tienen una técnica y es fundamental enseñar esas coordinaciones. Posibilitan, inclusive, propuestas muy intensas, que ofrecen, además, una infrecuente posibilidad de ser transferidas a la vida fuera de las clases. (En este caso, cuando hablo de infrecuente posibilidad de transferir, me refiero a que por más que nos empeñemos no podremos explicar fácilmente la utilidad para una mejor calidad de vida o un mejor cuidado de uno mismo, de un balanceo de brazos y tronco o, inclusive de la parada de manos o una rueda, máxime con adultos que saben ya no están para aprender a bailar el hip hop).

Lo más importante que hay que recordar:

  • Cuando se tienen 20 años y unas rodillas intachables, pararse y sentarse resulta fácil. A medida que el cuerpo “enmohece”, hacerlo sin una precisa técnica es muy difícil. Debe ser enseñado. Al igual que otros gestos motores cotidianos.
  • Estos dos simples ejercicios -sentarse y pararse- repetidos unas cuantas veces seguidas significan un esfuerzo muscular y articular más que considerable. Que incluye aprender una coordinación nada sencilla como para que la ejecución de la acción no implique una sobrecarga articular desaconsejable. Ni hablar si proponemos sentarse, acostarse, sentarse, pararse y repetir varias veces.
  • Estas enseñanzas debería comenzar en la escuela. No es cuestión de suponer que valen sólo para los “viejos”. Conozco muchas maestras jardineras jóvenes con serias patologías en la columna, por tener que agacharse permanentemente en los bajos muebles infantiles y por tener que levantar frecuentemente a los “llorosos”, para confortarlos.
  • Los buenos hábitos en los movimientos habituales, son tan dignos de ser enseñados como aquellos otros pertenecientes a las habilidades deportivas. ¿Por qué? Porque el estar sentado es una proeza atlética y los niños y jóvenes pasan muchas horas del día en esa posición.

Estos argumentos deberían alcanzar para entrar en el tema que quiero desarrollar: La falta de buenos niveles de aptitud corporal sumados a fragilidades coordinativas en los movimientos que acabamos de analizar, facilitan las caídas y sus peligrosas consecuencias.

Las caídas y sus consecuencias:

Las caídas son tan perjudiciales para las personas de edad avanzada, y tan costosas para la sociedad que si caerse fuera una enfermedad sería considerada una epidemia.

Más de una tercera parte de las personas mayores de 65 años sufre una caída por año. Aproximadamente una de cada diez caídas produce una lesión seria, como una fractura de cadera. Más o menos el 20 % de los adultos mayores que sufren una fractura de cadera mueren menos de un año después.

No se disponen datos de la Argentina pero, las estadísticas de Estados Unidos muestran que el costo económico de las caídas varía ampliamente hasta llegar a los 75 mil millones de dólares al año, si a los gastos médicos se les suman los cuidados en el hogar relacionados con las caídas y los costos de una vida asistida.

Para una persona de edad, una caída, con frecuencia, es una consecuencia de algún otro problema de salud: fragilidad cardiovascular, cambios en los medicamentos, principio de demencia o debilidad muscular gradual, sobre todo en el tren inferior.

Para la detección temprana de riesgo se están estudiando la utilización de sensores de bajo costo, que permiten estudiar los patrones de los movimientos cotidianos y establecer quienes se encuentran en mayor peligro, por la ineficacia de sus acciones motoras diarias.

Evaluaciones detalladas de la forma de caminar, para determinar -con la ayuda de sensores o sin ellos- los grupos musculares específicos que deben ser fortalecidos pueden ser muy útiles. Pero luego vienen los programas de ejercicio, los cuales, tal como decía al principio, pueden incluirse en las clases de gimnasia.

Mantener la flexibilidad y la fuerza muscular; el equilibrio estático y dinámico y la capacidad de reaccionar ante estímulos de diversa índole, son cruciales a toda edad y nivel. Pero en la adultez mayor y en la vejez, son formas de entrenamiento decisivas dado que tienen que ver con la seguridad y la autonomía funcional. Aspectos que no deberían ser “tapados” por la búsqueda de objetivos estéticos, tanto más prescindibles a determinada edad.

Sobre todo si se considera que, por ejemplo, el Technology Research for Independent Living, grupo de investigaciones sobre las posibilidades de una vida independiente, de Irlanda, muestran como esas intervenciones “a medida”, con ayuda de la tecnología y los programas de ejercicio (que no tienen la integralidad de los modelos de clases que proponemos nosotros), permitieron disminuir las caídas un 30 %. Y se cree que debería ser posible alcanzar un 50 o un 60 % de eficacia, siempre que los programas preventivos comiencen antes que en la actualidad.

Por lo tanto, mantiene su plena vigencia la frase que tanto usamos:
¡CUIDE SU CUERPO! ¡LE PUEDE DURAR TODA LA VIDA!

martes, 15 de diciembre de 2009

ESCUCHAR Y OBSERVAR

En general, la mayoría de nosotros, los profesores de Educación Física, reconocemos la fuerte influencia que las ciencias médicas han ejercido- y siguen ejerciendo- sobre nuestro campo. Tal influencia se ha transformado, más veces de las necesarias, en una verdadera dependencia.
Desde otro ángulo, también la mayoría de nosotros sabe que esa suerte de categorización de “médico rural”, tan querida por el Dr. Favaloro o la de “médico de familia” que muchos conocimos, han caído tan en el recuerdo como la eficiencia y eficacia de los hospitales públicos. Tal como dice mi amigo, el doctor Norberto D`Angelo hoy los más privilegiados se atienden con especialistas exclusivos, los solamente privilegiados tienen un plan médico; los excluidos se atienden en un hospital público y los más excluidos de todos, ni siquiera pueden pagar el transporte para llegar al mismo. De cualquier manera no es eso lo que me interesa resaltar. Lo que sí me interesa tiene que ver con experiencias, en situaciones de consulta médica, que muchos hemos atravesado: la falta de escucha de algunos de los médicos de las afecciones y angustias que motivaron la consulta del paciente.
Tal falta de escucha puede darse en cualquiera de los distintos niveles descriptos. Es más pérdida de una cultura y una ética médica imprescindibles, que otra cosa.
La investigación del propio campo de la Medicina muestra que, en promedio, la mayoría de los médicos Luego del “¿Qué le anda pasando?”, escucha nada más que 18 segundos antes de comenzar con sus recomendaciones de análisis o sus prescripciones.
En el artículo que presentamos tal problema está excelentemente descripto. Me parece importante que podamos reflexionar si en nuestro territorio, ese de la enseñanza de los saberes del cuerpo, la falta de escucha y de observación de nuestros alumnos no es también una constante.
Por Dr. Francisco Paco Maglio
Decía Lain Entralgo que la relación médico-paciente (RMP) es el encuentro entre dos menesterosos, dos necesitados, uno que quiere curar y otro que quiere que lo curen (1)
Enfocada esta relación solamente en la necesidad del “curar” obviando el “cuidar” (socráticamente la “tekné” y el “medeos” respectivamente), resulta alienante tanto para el médico como para el paciente.La RMP se “tecnologiza” y se “despersonaliza”, por eso es alienante, desparece el “otro” como persona.Para el paciente, el médico es un técnico con guardapolvo que extiende recetas y para el médico, el enfermo es un “libro de texto”, con signos y síntomas que hay que interpretar y codificar
En este tipo de RMP desaparece la “otredad” humanizada, son dos “yoidades" despersonalizadas, un (des)encuentro. Desaparece aquel concepto de enfermo de Miguel de Unamuno(2): “un ser humano de carne y hueso que sufre, piensa, ama y sueña". Esta despersonalización lleva al desgaste, al desánimo y a la desesperanza, tríada característica del burnout.
Esta “medicina basada en la evidencia”(3) en la que el paciente es un dato estadístico y el médico un administrador, más allá de su eventual valor técnico-científico, la debemos “des-alienar” con una “medicina basada en la narrativa” (MBN) que no se opone a la visión médico-técnica sino que la enriquece con la visión desde el paciente(4).
La MBN consiste básicamente en las subjetividades dolientes ( más que en las objetividades medibles), esto es, lo que el enfermo siente qué es su enfermedad, la representación de su padecimiento, la experiencia social de lo vivido human como enfermo.
A un adolescente con granos en la cara le decimos: “vos tenés acné” pero él siente vergüenza.
Cuando le decimos a un paciente, “vos tenés sida”, el siente discriminación.
Para la medicina basada en la narrativa, más que en el interrogatorio se necesita un “escuchatorio”, más que un “dígame” y un oir es un “cuénteme” y escuchar.
Un aforismo hipocrático ya lo manifestaba hace 2500 años: “Muchos pacientes se curan con la satisfacción que le produce un médico que los escucha” (5)
Con la MBN podemos desentrañar el verdadero proyecto de vida del paciente y esto es trascendental porque constituye el “motor” para vivir tanto en la salud como en la enfermedad.
En palabras de Nietzsche: “cuando se tiene un por qué vivir, se tolera cualquier cómo vivir” (5)
La narrativa en sí misma es terapéutica no sólo para el paciente sino también para el médico, porque al “re-personalizar” esa relación la “des-alieniza”, vuelven a ser dos personas, dos seres humanos en un encuentro de “inter-fecundadidad”.
Es la “yoidad” a través de la “otredad”. Como decía Levinas: “yo no soy el otro, pero necesito al otro para ser yo” (6)
Ya no serán “médico-robot” y “enfermo robot”, sino médico-persona y enfermo-persona. Renacerá el ánimo y la esperanza, desaparecerá el desgaste y en consecuencia también el burnout.Pacientes y médicos se sentirán útiles entre sí: RMP será una relación solidaria y “des-medicalizante”.Al sentirse kantianemente personas, tendrán dignidad y no precio, serán sujetos y no objetos, se convertirán en fines en sí mismos y no en medios.
En los hospitales hay gente que se muere con hambre de piel”
Relataré algunas experiencias personales con la MBN:
“Me siento leproso”
Un paciente afectado de Estafilodermia Psoriasiforme (el enfermo tiene profusión de escamas en todo el cuerpo) era rechazado ( debido a su aspecto) por familiares y amigos. Al preguntarle cómo se siente, me dijo: “me siento leproso”. Esa era la experiencia social de su padecimiento, más allá de lo biológico.
Al conocer esa narrativa me expliqué por qué la cortisona (medicación electiva) que estaba tomando hacia un mes, no surtía efecto.Una persona desafectivizada, excluida es un inmuno deprimido (la psicoinmunología lo ha demostrado) y con la cortisona se estaba deprimiendo más.Hablé con la familia y los amigos y les expliqué que hasta que no volvieran a comportarse con él como antes, con afecto y respeto, sobreponiéndose a la impresión de su aspecto, no se iba a curar. Así lo entendieron y actuaron.
A los diez días se había curado, manteniendo la cortisona. A la eficacia biológica se había agregado la eficacia simbólica, que la psicoinmunología ha demostrado que actúa por los mismos intermediarios inmuno-cito-químicos; no es simplemente sugestión.
“Doctor, me toma el pulso”
En una oportunidad una viejita (el diminutivo es cariñoso) me pidió que le tomara el pulso. Miré el cardioscopio y sin acceder a su pedido, le dije: “tranquila abuela, tiene 80, está muy bien”. Pero me seguía pidiendo que le tomara el pulso y ante su insistencia le pregunto por qué, ya que la máquina era muy confiable y me contestó: “es que aquí nadie me toca”. La palpábamos pero no la tocábamos.
Razón tenía Benjamin cuando dijo: “en los hospitales hay gente que se muere con hambre de piel”. En nosotros está saciarla.
Los proyectos de vida son fundamentales, a tal punto, que podemos afirmar que más allá del comienzo biológico de la enfermedad (el día que aparecen los primeros síntomas), en sentido antropológico nos enfrentamos el día en que debido a esos síntomas, se ve interrumpido nuestro proyecto de vida. Por el contrario, empezamos a “sanarnos” el día en que a pesar de esos síntomas podamos reiniciar dicho proyecto.
“Doctor, ¿me puede abrazar?”
Relataré algunas experiencias que avalan estas posturas.
“Eto non é vita”
Don Antonio (italiano, 75 años) era un hombre sano, pero a requerimiento de su familia le hago un “chequeo”. Dada su edad los valores de laboratorio estaban un poco por encima de los normales, nada significativo. Como médico recién recibido y con poca experiencia, le indiqué un estricto “régimen higiénico-dietético” dentro del cual estaba la prohibición absoluta del alcohol.
A la semana, la familia me llama porque Don Antonio estaba enfermo y al revisarlo, realmente no estaba bien: hipotenso, adinámico, asténico. Cuando le pregunto cómo se sentía, me dice en un enternecedor cocoliche: “eto non é vita”. Como no le encontraba explicación, le pregunto a la familia si en esa semana había pasado algo que lo pusiera mal. Me dicen que desde que le instalé ese régimen no salía, y a dónde salía? pregunté. Me explicaron que todos los días invariablemente iba al bar de la esquina a tomar un “vermutino” con unos amigos veteranos de la guerra en Abisinia.Entonces comprendí: ese “vermutino” con los amigos era su proyecto de vida y al desconocerlo, mi prescripción se había convertido en una “proscripción”. Fue suficiente que volviera a esas salidas para que desaparecieran los antes mencionados síntomas.
“Ese es mi proyecto de vida”
A veces los pryectos de vida no son tan obvios y se necesita profundizar en la narrativa. Una buena estrategia es pedirle al paciente que nos relate un día habitual de su vida cuando estaba sano.
Un pastor protestante estaba en una unidad coronaria por un infarto agudo de miocardio con un angor inestable, asociación de gravísimo pronóstico.
En el relato a que nos referimos manifiesta lo siguiente: “Me levanto muy temprano, rezo, estudio, ordeno el templo (hablaba muy nervioso y angustiado, lo que se reflejaba en el cardioscopio por su gran inestabilidad eléctrica), y por la tarde vienen unos feligreses con los que tenemos un grupo de reflexión (a esta altura del relato se va calmando, no estaba tan nervioso, lo que se refleja también en el trazado elctrocardiográfico), y si viera, doctor, qué bien nos hacemos, yo a ellos y ellos a mí, pero ahora vaya a saber dónde están y yo aquí rodeado de tubos y aparatos” (vuelve a ponerse nervioso y también su co-relato en el cardioscopio). Le pregunto si ese grupo de reflexión era muy importante para él y después de pensar un poco me dice: “ahora que no lo puedo hacer me doy cuenta que ese es mi proyecto de vida”.
Se localizó a ese grupo y dos veces por día, media hora, concurrían a la unidad coronaria y restablecieron aquel contacto. A los 3 días seguía el infarto pero había desparecido el angor inestable: Se había reintegrado a su proyecto de vida.
“No me dejen morir”
Teresita era una joven que a la mañana siguiente de su fiesta de 15 años amanece con una cuadriplejía por una poliomielitis. Estuvo once años en un pulmotor moviendo nada más que la cabeza. Nunca en mi vida profesional conocí a alguien tan aferrado a la vida. Había aprendido a dibujar con la boca y hacía tarjetas de Navidad que las mandaba al Hospital de Niños: era su proyecto de vida.
Un día se complicó con un cuadro abdominal agudo por una apendicitis. En esa época no existían los respiradores modernos que permiten que el paciente esté afuera del aparato; en el pulmotor estaba adentro y para revisar al enfermo se le ponía una campana con aire a presión cubriendo la cabeza. Este procedimiento permitía abrir el pulmotor pero por un lapso de no más de 15 á 20 minutos.
En esta situación la revisamos comprobando el abdomen agudo y ante la imposibilidad de la cirugía ( dado el escasísimo tiempo disponible) cruzamos nuestras miradas como diciendo: “Dios se apiadó de ella”. Cuando sacamos la campana y volvimos a poner a Teresita dentro del pulmotor me dijo (como adivinando nuestro pensamiento): “Paco, háganme todo, hasta lo imposible, pero no me dejen morir, mirá que los chicos del Hospital de Niños esperan mis tarjetas”.
Ante ese pedido, un cirujano, uno de los más brillantes que he conocido, se animó y la operó fuera del pulmotor (dentro era imposible) con la mencionada campana. La operación duró exactamente 12 minutos y Teresita vivió 7 años más, mandando sus tarjetas al Hospital de Niños.
“Doctor, ¿me puede abrazar?”
Tenía que dar la tristísima noticia a una mamá que su hijito de 7 años con un sida terminal (post-transfusional, al comienzo de la epidemia), se iba a morir. Dije la consabida frase “ya no hay nada que hacer” a lo que la mamá me contestó: “sí hay por hacer”. “Qué puedo hacer?” le pregunté y con lágrimas en los ojos me dijo: “Doctor, ¿me puede abrazar?”
Nunca volví a decir “no hay nada que hacer”, sino “ya no hay nada que tratar, como médico ya no puedo hacer nada, pero como persona, ¿puedo hacer algo por usted?” Y siempre se puede hacer algo. Cuando ya no hay “tekné”, siempre hay “medeos”.
Estamos (mal) acostumbrados a decidir por el paciente pensando que nuestras decisiones son las mejores, pero éstas pertenecen siempre al enfermo y no a nosotros, por mejor intencionados que estemos.
Ante un paciente terminal frecuentemente (y muchas veces a pedido de la familia) aumentamos la dosis de sedantes para que no sufra, para que “no se de cuenta”. Pero, ¿siempre es así?. En muchas ocasiones debemos tener el coraje (porque no es fácil) de avisarle al enfermo de sus últimos momentos.
En la Edad Media la gente elegía a un amigo que tenía la obligación de anunciarle su final. Le llamaban el “nuncius mortis”.
¿Por qué debemos proceder así?Porque la inminencia de la muerte es el momento reflexivo más trascendente de la vida, el momento de las grandes decisiones y no me refiero solamente a las testamentarias sino, más importante aún, las afectivas. En mi experiencia de años en terapia intensiva fueron muchos los pacientes que me decían: “cuando llegue el momento, no quiero sufrir pero quiero estar lúcido”.

Relataré algunas de ellas:
“Llamen a un juez”
Un paciente en esas condiciones pidió: “llamen a un juez”. Vivía en concubinato hacía 10 años. Llegó el juez, llamó a su concubina y… se casó!!!! Me dijo: “recién ahora me atrevo”.
Falleció al día siguiente.
“Doctor, llame a este teléfono”
En similares circunstancias, un paciente me dio un nº de teléfono y me pidió que llamara y a la persona que atendiera le dijera que él estaba internado y quería verlo.
Cumplí su deseo y al rato llegó un señor corriendo preguntando dónde estaba el paciente. Fue a su cama, quedó inmóvil unos segundos y se entrelazaron en un estremecedor abrazo y lloraron un largo rato.. Cuando se fue, el paciente me llamó y me dijo: “Doctor, gracias por la gauchada de llamar por teléfono. El que se fue es mi hermano. Hace 15 años lo eché de mi casa, lo eché mal, yo tenía la culpa. Nunca tuve el coraje de pedirle perdón, ahora que sé que voy a morir, recién ahora me atreví a pedirle perdón y me perdonó”Tuvo un gesto que nunca voy a olvidar. Me tomó las manos y me dijo: “Gracias por dejarme morir en paz”.
Volví a la mañana siguiente, se había muerto la noche anterior.
Le pregunto a la enfermera de ese turno (para no inducirle la respuesta): “vos estuviste cuando se murió ese enfermo, notaste algo diferente?”. Me respondió: “Mira, Paco , en años de terapia intensiva nunca vi morir a alguien con tanta paz, aún muerto parecía que estaba sonriendo”.
En conclusión y volviendo a las fuentes, uno de los aforismos de Hipócrates lo revela con claridad meridian: “muchos enfermos se curan solamente con la satisfacción de un médico que los escucha”, (se adelantó 2.500 años a Freud)
Dentro de una formación biologicista-positivista nos enseñan en la Facultad de Medicina a interrogar y no a escuchar.
Con el interrogatorio estamos al lado del enfermo pero con el “escuchatorio” estamos del lado del enfermo.
Ni más ni menos es la narrativa y lo más importante es que es terapéutica.
Referencias:
* "La dignidad del otro", Francisco Maglio, editorial Libros del Zorzal 2009.
Bibliografía
1.- Lain Entralgo: “La relación médico-enfermo”.Acento, Madrid,19902.- Unamuno M de: “El sentido trágico de la vida”. Espasa-Calpe, Madrid, 1961.3.-Feinstein A R: “Problems in the “Evidence” of “Evidence Based Medicine”. A J of Med, Diciembre, 1997.4.- Greenhalgh T: “Narrative Based Medicine”. BMJ.January, 19995.- “Hipócrates, Aforismos y sentencias” Ed. Del Zorzal, BsAs, 2009

miércoles, 9 de diciembre de 2009

LA SECTA DE LA BICICLETA

De la autora de "Las grietas de Jara": Claudia Piñeiro

El pedaleo marca el ritmo de una conciencia acelerada, la de Claudia, protagonista de este relato, que ingresa en un territorio de alto riesgo cardíaco: el salón de spinning. ¿Cuánto deseo y decepción involucra la búsqueda de un cuerpo autorizado por la publicidad y los medios?

Cada tanto me asalta la idea de que si no hago ejercicio algo terrible va a suceder sobre mí, mi cuerpo y mi salud. La sensación de catástrofe anti deporte me atormenta en especial cuando viajo por trabajo. Instalada en hoteles siento que en esos días, además de comer peor que nunca, me muevo cada vez menos. A veces me impongo prescindir del ascensor y subir y bajar las escaleras. Otras me tiro sobre la cama y, mullida en ella mientras miro televisión, muevo las piernas haciendo bicicleta o tijera en un intento inútil de esfuerzo abdominal. He llegado incluso a llevar una pequeña soga en la valija, aunque nunca la usé. Había viajado a Perú a la feria del libro de Lima y estaba instalada en un hotel en Miraflores, donde tenía que vivir durante una semana.Llegué un domingo, día tremendo para estar sola. Recorrí el hotel y vi que en la planta baja funcionaba un gimnasio abierto al público. Me puse la ropa adecuada y bajé con un libro dispuesta a caminar en la cinta, siempre camino leyendo. Había cierta cantidad de gente a mí alrededor pero lo que de verdad parecía un éxito era una clase llena de bicicletas fijas que transcurría en un salón contiguo desde donde llegaba una música alentadora. No sólo el lugar estaba completo sino que la gente parecía feliz. Cuando terminé con la cinta fui a averiguar de qué se trataba. La recepcionista le puso nombre al éxito: spinning o bicicletas indoor. Le pregunté qué diferencia había con respecto a hacer bicicleta fija; se rió: "No, no, esto es otra cosa". Intentó dar algunas explicaciones que no entendí, pero de lo dicho pude concluir que spinning era/es una actividad grupal, y que la fuerza del grupo sumada a la música y a las indicaciones del profesor "hacen la diferencia". "La fuerza del grupo", volvió a repetir.Me imaginé una secta de la bicicleta, y de inmediato me puse a inventar un cuento donde los protagonistas eran los miembros de esa secta que se trasladaban en bicicleta por ciudades como Lima, La Paz o Buenos Aires, y que marchaban dibujando una ve corta, como hacen los patos cuando vuelan, los más fuertes adelante rompiendo el viento. No pude seguir con mi cuento porque la recepcionista me interrumpió con una advertencia: "Eso sí, si te interesa te tendrías que anotar ya, hay mucha demanda". Miró entonces un papel donde tenía marcado con una cruz el lugar de cada bicicleta: "Ay, no, discúlpame, no me queda ni una libre, porque ésta –y golpeó una de las cruces con su uña– también la tengo reservada; es que todos quieren". "Gracias", dije, y empecé a irme, pero la chica me detuvo: "Sabes, hay una, en la última fila, contra la pared, tiene una reserva de palabra, pero creo que te la puedo dar, si es que estás decidida". "Sí", dije aunque no estaba decidida ni interesada ni quería ingresar a la secta, pero el hecho de saber que una bicicleta indoor era un bien escaso despertó mis más bajos instintos.Allí estuve, a la hora señalada, como Gary Cooper pero en lugar de llevar un revólver y una insignia de sheriff, llevé, siguiendo las instrucciones de la recepcionista, una toalla pequeña y una botella de agua. Esperé que casi todos hubieran ocupado sus bicicletas antes de subir a la mía. El profesor se paró junto a la suya con una sonrisa. Era lindo, joven y atlético, lo que debe haber contribuido a la energía que se desplegaba a un lado y al otro del salón, con risitas histéricas y elongaciones más exageradas que lo necesario. Supuse que alguien, él o alguno de sus ayudantes, se acercaría a darme instrucciones acerca del alto del asiento, de la inclinación del manubrio, o de la forma en que debía ajustarme los pedales. Nada. Sentí que por el lugar que ocupaba o por mi actitud yo era para los demás invisible. Me gustó ser invisible. "¿Listos, amigos?", preguntó el profesor. Y mientras todos a mí alrededor empezaban a pedalear al compás de la música yo intentaba en un mismo acto montarme en la bicicleta, calzarme los pedales y descubrir de dónde demonios tenía que agarrarme. "Espero que hoy no se me desmaye nadie", dijo el instructor y todos se rieron. "¿Se desmayó alguien?", le pregunté a quien tenía más cerca, pero no me contestó. A poco de andar, o de pedalear, tenía tres certezas: si no me desmayaba y lograba completar mi clase, al día siguiente me harían ruido las articulaciones de las rodillas; me dolería, cuanto menos, la cintura; y tendría moretones en las nalgas casi llegando a la entrepierna, allí donde el cuerpo calza en el asiento. Entre pedaleo y pedaleo el profesor arengaba a la tropa: "Vamos, amigos, ¿cómo están hoy?". "Bieeeennn", contestaban todos menos yo. "¿Con ganas de pedalear?". "Siiiiií". "¿Con muchas ganas de pedalear?". "Siiiiiiií"". "¿Con infinitas ganas de pedalear, amigos?". Entonces parece que por fin obtuvo un sí que lo dejó satisfecho así que indicó: "Marcha normal, entramos en calor y después ponemos carga". Yo intentaba imitar lo que hacían quienes me rodeaban: pedaleaba tratando de llevar su ritmo, cuando se agachaban me agachaba; si movían una perilla roja que estaba debajo del asiento, yo me agachaba y hacía como si la moviera; cuando mis compañeros se reclinaban sobre el antebrazo, yo me reclinaba sobre el antebrazo. Y como todos, sudaba. Lo que no podía imitar era la sonrisa. "Ahora un poco de velocidad, antes de subir la montaña", gritó el profesor. Yo a esa altura estaba más cerca de ir dejando que de subir ninguna montaña, pero todos se agacharon a girar la perilla otra vez así que eso hice. El de mi izquierda se secó la frente y el cuello y yo, que ya me había acostumbrado a imitar todo lo que hacían los demás, hice lo mismo. Al dejar otra vez la toalla en su lugar se me cayó la botella de agua que giró por el piso hasta detenerse junto a la bicicleta del profesor."¿Quién perdió el agua, amigos?", ningún amigo contestó, yo menos. Mis fuerzas llegaban a sus límites, miré el reloj y no habían pasado ¡ni diez minutos! "Ahora sí la montaña, la carga al máximo, vamos, vamos, vamos...". Busqué algún cómplice a mi alrededor: todos seguían pareciendo felices. ¡¿Pero nadie le explicó a esta gente lo que cuesta ser feliz?! ¡¿No les dijeron que la vida es finita?! ¡¿No leyeron a Clarice Lispector, a Thomas Bernhard, a Fernando Pessoa?! Me entregué, give up, me senté cómodamente en el asiento y pedaleé sin carga y a mi ritmo, desafiante. Por primera vez pareció que el instructor me registraba: "El que no puede que no se esfuerce, cada uno a su ritmo, escuchen lo que le pide el propio cuerpo". Algunos miraron a un lado y al otro buscando al desertor cuyo cuerpo pedía a gritos un poco de clemencia. Me dieron ganas de levantar la mano y decir: "Yo, ¿y qué?".No volví a hacer spinning en esa semana en Perú. Me contenté subiendo y bajando las escaleras. El segundo intento de hacer ejercicio con bicicletas fijas fue hace un par de años, y en ese caso la actividad tenía otro atractivo: se trataba de spinning acuático, las bicicletas estaban sumergidas en una pileta, con peso adicional en las bases para que no anduvieran flotando por ahí. La experiencia no fue muy diferente a la peruana. Sólo que esta vez el sudor, en medio de tanta agua, no molestaba. Tampoco pasé de la primera clase.Lo intenté por tercera vez hace un mes. Trajeron bicicletas indoor a un gimnasio cerca de mi casa. Le dije a mis hijos: "Hoy empiezo spinning". Los tres se pusieron contentos. "¿Viste?, ¡mamá hoy empieza spinning!", se repetían unos a otros. A ellos les enseñaron desde chiquitos que el deporte es salud, y les preocupa la salud de esta madre. Su reacción era una mezcla de alegría, sorpresa e incredulidad. Cuando llegó el momento de partir, me despidieron como si fuera a la guerra, pero disimulando. "Va a salir todo bien", dijo el del medio y eso no me dejó nada tranquila. La rutina de la clase fue similar a la que conocía: entrada en calor, marcha con carga, velocidad, subir la montaña, velocidad, bajada de ritmo, elongación. Pero lo que me sorprendió esta vez fue que sólo éramos tres los integrantes de la secta a pesar de que cuando había llamado para anotarme me habían dicho que si no reservaba bicicleta para todo el mes no me podían asegurar continuidad. "Hay mucha demanda", me había advertido quien me atendió tal como lo había hecho aquella primera vez la recepcionista peruana. Me hicieron elegir el lugar de mi bicicleta vía Internet como quien elige la posición de una carpa en un balneario o una tumba."Bicicleta cuatro", me confirmaron luego con un mail, lo que me dio mala espina porque nunca me gustó el número cuatro. Como dije, el día de la clase éramos tan pocos que el instructor hizo subir a las bicicletas a los dos auxiliares, a su mujer que se ocupaba de cobrar, y a un chico de unos quince años que parecía ser su hijo. Había sobre las bicicletas más empleados del gimnasio que alumnos interesados en tomar una clase de spinning. Sospeché que la secta estaba de capa caída, que ya no podían pedalear por la ciudad marchando en ve como hacen los patos, que otra secta (hidro fit, gimnasia pasiva, pilates, entrenamiento aeróbico fraccionado, tratamiento ortomolecular) habría mermado su membresía.Me acordé de los patos que aparecen en el primer capítulo de Los Soprano, y pensé que Tony Soprano podría haber intentado, además de con Prozac y terapia, con spinning. Pero que Vito Corleone no, que a Vito no lo suben a una bicicleta indoor ni a palos, que a Vito no le importan los patos. Más carga. Aunque sí le cobraría su comisión a los gimnasios. Y que Tony también se la cobraría. En eso sí coincidirían y hasta irían juntos a apretarlos. Yo no subo ninguna montaña. O mandarían a alguien. No la subo porque no tengo ganas. Y porque Tony me protege. Sí, eso, mandarían a alguien mientras ellos esperarían comiendo pasta en un restaurante italiano. Que la suba tu mujer. Y los apretarían hasta que paguen. Los apretarían, sí, lo bien que harían. Que les cobren mucho, muchísimo, que le saquen hasta la última moneda, que los fundan, que tengan que vender las bicicletas para honrar sus deudas, que vendan primero que ninguna la cuatro, que los encierren y los condenen a pedalear hasta el infinito, que los conviertan en patos, que los esquilmen. Entonces me desmayé. Llegué a mi casa, los chicos estaban alertas. "¿Todo bien, mamá?". "Todo bien", respondí. "¿Te gustó spinning?". "Me encantó", les dije y me metí en la ducha.

martes, 1 de diciembre de 2009

Pildoritas

La filósofa y psicoanalista Judith Millar, hija de Jacques Lacan, de visita en la Argentina, fue entrevistada por el diario Clarín el 29 de Noviembre de 2009. Selecciono algunas de las respuestas que dio ante las preguntas del periodista. Elijo aquellas que me parecen especialmente significativas por las transferencias posibles a nuestro campo disciplinar. Como siempre y como precaución, advierto que pienso que la Educación Corporal tiene que estar muy atenta a lo que sucede en otras ciencias. Pero siempre tomando lo elaborado en otros territorios con valor de referencia y no con valor explicativo ni, menos, aplicativo.
  • No quiero que las respuestas sean equivalentes a decir: “Tenemos solamente a la enseñanza de Lacan; no tenemos que hacer nada más que repetir lo que él ha dicho”.
  • La profesión de psicoanalista requiere una formación larga, amplia, intensa, profunda, que implica que los analistas sigan sabiendo que tienen que no saber. Y deben saber que ellos no saben qué van a encontrar en cada paciente. Lo que permite que se sigan sorprendiendo.
  • Aunque es indudable el progreso de la tecnología y el desarrollo de la ciencia, el malestar en la cultura persiste. Ahora que la idea de progreso está en crisis, hay que recordar que tanto Freud como Lacan no se suponían progresistas. El malestar persiste por el inevitable hecho de que estamos condenados a ser humanos.
  • De una cierta manera, la infelicidad del capitalismo consiste en que cuando empieza a trabajar sobre un aspecto negativo para suprimirlo, lo refuerza. Sucede así con la exclusión, por ejemplo. Todos las medidas que se toman para disminuirla la aumentan. Y la precariedad aumenta en la medida que aumenta la promesa de seguridad. Pero pensar una vida sin seguridad, es pensar la vida como la muerte. Y, estar muerto para vivir bien es una paradoja.
  • Las neurociencias proponen tratamientos más breves que el psicoanálisis. Hay que recordar que el objetivo del psicoanálisis no es normalizar a nadie. Un análisis saca a luz la singularidad de cada persona que ha consultado. Es muy difícil saber quién soy yo. Una experiencia analítica permite ubicar cuál es mi deseo; si quiero lo que deseo. Eso toma tiempo. El apuro contemporáneo es profundamente antipático. Queremos ahora, inmediatamente lo que esperamos y es difícil no ceder a ese apuro. Pero el psicoanálisis no puede ceder a eso. Es una trampa. Cuando se echa al síntoma por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. Ese es un principio fundamental del funcionamiento de la repetición.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El placer en las prácticas corporales


En la sociedad del entretenimiento es lógico que uno se interrogue sobre el placer al ejercitarse corporalmente. Así nos sucedió a Jorge “Conejo” Brambatti, a Marcelo Levin y a mí, en una charla informal que compartimos.
Marcelo, que tenía por delante una mesa redonda en la Expofitness y una convención de Body & Mind (que se dedica a explorar las gimnasias alternativas, menos analizadas por la industria del fitness), quería que presentásemos algo juntos.
Se me ocurrió consultar con mis alumnos del gimnasio sobre el placer y cómo, dónde y cuándo se obtiene en las prácticas corporales. Estas son sus respuestas que presenté en los espacios mencionados, con pequeños comentarios de mi cosecha. Estos últimos aparecen en cursiva.

Respuesta: “El placer, en mi caso, aparece cuando uno percibe que se pueden vencer las dificultades que plantea el propio cuerpo al ejercitarse”.
Comentario: Desde el principio aparece esta clave. Muestra el significado que algunas personas le otorgan a los desafíos personales que deciden asumir. Desde luego, cuando cada uno se hace cargo de su propio discurso y en concordancia con el mismo, construye su proyecto personal de gestión del propio cuerpo, todo se simplifica para el profesor o instructor. El desafío aparece cuando el practicante deposita en el entrenador y en el programa, la responsabilidad acerca de los resultados, sin hacerse cargo de nada. En esos casos sugiero ésta estrategia:
· Dar a conocer y consensuar los objetivos que irán a buscarse.
· Trasladar el crucial concepto, tan olvidado en la modernidad tardía, de que casi todo lo que vale la pena conseguir cuesta esfuerzo. Al pretender divertir al aprender o al querer complacer a su alumno, más allá de un cierto límite que cada uno deberá establecer, el maestro legaliza la permanente búsqueda de felicidad que tiene sus aristas peligrosas, precisamente cuando evita todo esfuerzo.


Respuesta: Me da placer cuando en el planteo de clase se evita toda mecanización y uno es estimulado a moverse casi libremente, en torno a una consigna y registrando, por ejemplo, lo que hace cada una de las partes de su cuerpo, anticipando el movimiento por venir.
Comentario: El registro invita a pensar en esa ya antigua aseveración de que la educación, en cierta medida, es el ajuste de nuestro cuerpo a las exigencias normativas de la sociedad. Pienso que todos, de alguna manera, somos criaturas atrapadas en las redes de ella, del mercado y de la historia de la cultura a la que pertenecemos. El poder liberarnos de tales ajustes se vive placenteramente.
Al participante le faltó hacer una mención al componente socio emocional y hubiese definido lo que es un espacio y un tiempo significativo, de coherencia, en el cual el sujeto no está escindido, dividido.

Respuesta: Lo más placentero aparece cuando uno percibe que el cuerpo, de a poco, va respondiendo.
Comentario: Una característica que aparece a repetición en los aprendizajes corporales consiste, precisamente, en que los aprendices relacionan placer con sensación de progreso. Progreso que, por otra parte, se ve frecuentemente interrumpido por mesetas de estancamiento, acerca de las cuales cada sujeto debería estar advertido, para evitar abandonos y desilusiones.

Respuesta: Cuando comenzás a sentirte bien con tu propio cuerpo… ¡Eso es lo placentero!
Comentario: Es una buena señalización por las posibilidades que ofrece para profundizar. Por ejemplo: ¿Qué relación teje cada persona con su propio cuerpo? Pensemos en un asmático, un diabético, un portador de una escoliosis idiopática, un obeso; todos ellos inevitablemente van a relacionarse a través del dolor, del sufrimiento y de la limitación.
Y también se negarán la posibilidad de relacionarse con otros a través del cuerpo y el placer primitivo y salvaje que existe potencialmente en todos. Que aparece, sobre todo, al moverse libremente, bailar o jugar.
Si a esto le sumamos que el pobre cuerpo suele estar adormecido por la cultura, la religión, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías con su multiplicidad de pantallas que impulsan al sedentarismo y el autismo social, la educación, del cuerpo aparece como recurso crucial de aprendizaje, creatividad y comunicación.

Respuesta: El placer surge cuando nunca sé que voy a hacer en la próxima clase. Sé que haré una práctica intensa pero no en qué va a consistir. La variabilidad, la sorpresa, la complejidad, la novedad, el desafío, son fundamentales. He hecho gimnasia en muchas partes y sé que esa diversidad no aparece en todas las propuestas.
Comentario: No existe repetidor sin alma repetitiva; no existen clases repetidas sin profesores repetidores. No es para nada inocente que los modelos didácticos que siguen los profesores e instructores de fitness sean idénticos o, al menos, muy parecidos. Eso permite que todos sean intercambiables; eslabones de una cadena que pueden ser reemplazados sin que se altere el producto- la clase- que los clientes han venido a buscar. Los vínculos interpersonales son olvidados en aras de que los clientes, se fidelicen con el gimnasio/empresa, no con el profesor. Porque si llega a suceder esto último y el profesor renuncia, para irse a trabajar a otra parte, los alumnos pueden seguirlo. Precisamente porque pueden no sentirse ya clientes sino alumnos de un maestro que ha mostrado ser diferente.

Respuesta: A mi lo que me da placer es la sensación de pertenecer a un grupo. Que soy aceptada en él, que no soy discriminada por ser mujer y tener 65 años. He aprendido que tales integraciones, en una sociedad que te empuja a la soledad y el aislamiento, no son frecuentes.
Comentario: Ante este registro, vale recordar que las expectativas que las personas tienen con respecto a toda práctica corporal e, inclusive, aquello que consideran placentero o desagradable, dependen en gran medida de la edad, el género, la clase social a la que pertenecen, la etnia y los recursos simbólicos y prácticos de los que dispone. Por una serie de razones históricas, muchos de nosotros, sin darnos cuenta, seguimos suponiendo que en los grupos predomina la homogeneidad. Nunca es así. Lo heterogéneo es la norma. Por lo tanto, las clases tienen que ser diferenciadas. Clases envasadas, iguales para todos, siguiendo recetas que en algún lugar fueron exitosas, son el mejor camino para el hastío y la deserción. Digámoslo de una vez: hay una dosis importante de ciencia en la clase. Pero la pedagogía está profundamente impregnada de lo imprevisto del arte. No es una cuestión de causa-efecto. Es creatividad, improvisación, observación y escucha de lo que sucede en el grupo y modificaciones permanentes en función de los emergentes que surgen de la misma práctica.

Respuesta: El secreto de que una clase sea placentera reside en los profesores.
Comentario: Einstein dijo:”La teoría de la relatividad es sencilla hasta que de verdad comienza a ser la teoría de la relatividad”. El dar una clase que sea reflexiva, pertinente y significativa para los que participan en ella, puede parecer sencillo, pero es de una gran complejidad.
Que puede comprenderse perfectamente si consideramos que cada lección debería tener un impacto simultáneo sobre lo corporal, lo socio afectivo y lo cognitivo. No es el lugar para aclarar el funcionamiento integral de estos aspectos, pero parece evidente que en una clase de gimnasia, deporte o danza, en las prácticas en el agua o en las que se realizan en la Naturaleza, el cuerpo va a estar inevitablemente presente. Por lo tanto el desafío de la enseñanza consiste en que en ella, cada sujeto:
· Aprenda a hacer un uso adecuado, placentero y crítico de su cuerpo.
· Aprenda a ser y decidir qué quiere hacer con su cuerpo.
· Aprenda a saber sobre el mismo. Desde su funcionamiento a la comprensión de las presiones sociales y culturales que se ejercitan sobre él.
· Aprenda a estar con los demás en el marco del respeto a los otros y a las reglas.

Respuesta: Yo también he hecho gimnasia en muchos lugares. En general, venden humo. Me gusta la actividad física cuando encuentro una propuesta sólida y altamente profesionalizada.
Comentario: Afortunadamente no todos son consumidores acríticos. Por lo tanto vale la pena que nos preguntemos ¿De qué trata nuestra intermediación entre los sujetos y los saberes corporales que merecen ser conocidos? ¿Se trata de enseñar a vivir el cuerpo en forma placentera y relacional o se transa con que los alumnos lo vivan en función de los signos de distinción que permite trasmitir? Si es de ésta última manera, el cuerpo en realidad desaparece y aparecen esa serie de rituales corporales estupidizantes, que se comercializan con diferentes nombres.

Respuesta: A mi me gusta sentir que me esfuerzo corporalmente; lo que no significa que quiera salir reventado. Pero me da placer darme cuenta que puedo hacer deportes y jugar con mis hijos sin sentirme cansado inmediatamente.
Comentario: En un entrenamiento personalizado, las dosificaciones individuales” para no salir reventado”, son relativamente sencillas. Lo mismo que aumentarlas progresivamente en función de las adaptaciones producto del entrenamiento. La frecuencia cardíaca, el consumo calórico o el consumo máximo de 02, son recursos muy utilizados, por ejemplo. Pero en las clases grupales, poder diferenciar los esfuerzos que hace cada uno, es notoriamente más difícil. Hay que recordar que deben tenerse en cuanta las llamadas variables de las cargas. Son las siguientes:
· Frecuencia semanal de los entrenamientos.
· Volumen de los mismos
· Intensidad
· Densidad, que refiere a la forma y características de las pausas.
· Aumento de las cargas en función de los progresos.
· Dificultad coordinativa de los ejercicios.
En esas organizaciones del entrenamiento, sugerimos utilizar la Escala de Esfuerzo Auto percibido de Borg, que ha demostrado ser muy confiable.

Respuesta: Me da placer la sensación de bienestar y energía extra que siento al final del día. Me comparo con mis amigos sedentarios y veo en el estado lamentable que quedan después de todo un día de trabajo.
Comentario: El que responde ha sido, durante muchos años, jugador de Walter polo, de nivel internacional. Claramente el placer lo relaciona con superarse y superar a los otros. Debería seguir trabajando sobre sí mismo y tomar su entrenamiento con más calma. Ciertamente sus comparaciones son perfectamente reconocibles y hasta admisibles. A todos puede pasarnos que si un día, nos enteramos que nos aumentan de sueldo, nos alegremos. Si al día siguiente se lo aumentan a todos, el placer disminuye drásticamente porque ya no me diferencio de los otros.
Su respuesta también permite que recordemos una frase de más arriba: “El cuerpo permite trasmitir signos de distinción porque se ha convertido en el más bello objeto de consumo”. Alejado del mundo de la aptitud física y la salud, el deporte permite efectos parecidos: no es lo mismo en la Argentina, decir que se juega a la pelota a paleta que al rugby. No es lo mismo el tenis criollo (sobre tierra pisada y con paleta) que el Hockey.

Respuesta: Yo también pasé los 60 años. Mi marido está en silla de ruedas, pesa 70 kilos; me resultaba imposible hacerme cargo de él. Ahora, con todo el entrenamiento muscular que hacemos me siento totalmente segura. Además, nosotros nos vamos de vacaciones a Chile. Siempre había intentado hacer una excursión en la que hay que subir un volcán de 3162 metros de altura. Jamás lo había conseguido. El año pasado lo subí fácilmente. ¡Eso sí que fue placentero!
Comentario: Aquí se juntan utilidad y sentido. Le es útil poder ayudar al marido, que duda cabe, pero le otorga sentido a su logro en la subida al volcán y eso es lo que le da placer. Me parece de lo más significativo: es que se siente placer cuando uno logra romper con las cadenas que nos esclavizan a modelos de pensar, o cuando nos rebelamos, al sentirnos arrojados al mundo, sometidos a designios que nos son ajenos. A veces, sin darnos cuenta, nos dedicamos a una determinada práctica corporal porque está “permitida” por otros o está suficientemente enaltecida por el mercado. Pero no es la que a nosotros mismos nos gustaría realizar.

Respuesta: Me da placer saber que me encontraré con un tipo de personas con las cuales me sentiré bien. Por eso, el placer lo encuentro en las clases grupales. Las máquinas no tienen para mí, el mismo atractivo. Me resulta fundamental, la inclusión de pequeños juegos y juegos-ejercicios en las clases.
Comentario: La sociedad de consumidores en la que vivimos exalta la tecnología como un valor. La apreciación de esta alumna, nos sugiere que ella no es todo. En todo caso que ofrece riesgos y posibilidades. Esos confesionarios electrónicos portátiles que son los teléfonos celulares, son un buen ejemplo. Ofrecen la posibilidad de estar siempre conectados; el inconveniente que presentan es estar siempre conectados. Dan, pero quitan.
La respuesta agrega el valor del juego y de las formas jugadas. ¿Cuál es el valor de jugar? El placer y la diversión, en primer lugar. Y el que los juegos enseñan a respetar las reglas aceptadas por todos. Si no hay regla no hay juego.

¿Cómo se hace para dar una clase en la cual estos aspectos estén considerados? En la riquísima historia de la gimnasia, en la gran cantidad de escuelas y sistemas que se han conocido y en los que se conocen actualmente y que muestra una pujante renovación, está la respuesta. Pero sólo la encontrará aquel que esté dispuesto a aceptar que: “No todo lo viejo es malo ni bueno todo lo nuevo”. Una buena dosis de espíritu crítico ayudará en el retorno a permanentes saberes a veces injustamente olvidados, en el rechazo a otros que han sido superados y en las renovaciones cotidianas que requieren de imaginación y creatividad.
Eso sí: no creo que para dar una excelente clase de gimnasia haga falta hacer cosas extraordinarias. Hace falta hacer cosas ordinarias extraordinariamente bien.


martes, 17 de noviembre de 2009

Ser viejo

El fenómeno de la nueva ancianidad bajo la óptica de la filosofía y la sociología modernas. Por qué la vejez dejó de ser sinónimo de autoridad y sabiduría. Un ensayo sin concesiones de Diana Cohen Agrest sobre los cambios culturales que afectan a la tercera edad

El día que sean invitados a un congreso desde el extranjero, se hagan cargo de todos sus gastos y sean recibidos en el aeropuerto... es porque están viejos-, sentenció cierta vez un experimentado profesor universitario ante sus alumnos. De allí en más, esta muestra de humor corrosivo sería el consuelo que me acompañaría en cada uno de mis esforzados desplazamientos académicos.
Años más tarde, vuelvo a encontrar al profético docente en una velada social. Remedando sus palabras, le cuento que las invitaciones all inclusive que, finalmente, estaba recibiendo tras años de perseverancia eran la prueba irrefutable de su hipótesis prudencial. Para mi sorpresa, y con una bien ganada autosuficiencia, replica entonces que el paso del tiempo lo había obligado a reformular su teoría original: "El día que ya ni te vayan a buscar al aeropuerto ni se hagan cargo de todos tus gastos y ni siquiera te inviten, ese día, ¡es la prueba de que estás realmente vieja!"
En la Antigüedad, cuando el anciano era una rara avis, era venerado como una fuente sapiencial indisolublemente ligada a cierta superioridad moral certificada por su madurez. Hoy por hoy, en un mundo demográficamente envejecido en el que se asienta una cultura que idolatra tanto la belleza y la juventud como oculta la fealdad y la vejez, no se desea ser perturbado por nada que nos recuerde nuestra finitud. El costo social de esta huída es una progresiva invisibilización de una franja etaria en una sociedad que, a mayor cantidad de viejos, menos sabe qué hacer con ellos. No es por azar que los eufemismos para aludir a este colectivo se multipliquen como los panes y los peces: "abuelos", "adultos mayores", "tercera edad" y hasta "cuarta edad"... en un intento de cubrir con un manto de respetabilidad a quienes el rechazo cultural hace de los así aludidos, uno de los grupos más discriminados. Dicha exclusión ilumina las razones que hacen que las reflexiones en torno al envejecer, en nuestra cultura mediática, suelan ser marginales pues, a manera de síntoma, ellas reflejan el rostro oculto de aquello que nos resistimos a aceptar.
Aun cuando admitamos que muchos de los prejuicios son la expresión de condicionamientos culturales, el imaginario social de la vejez hunde sus raíces en las circunstancias que hasta hace poco sellaban esta etapa de la vida atravesada por el tiempo y por una carnalidad despojada de todo glamour. De allí la necesidad de meditar, a contracorriente, en torno a modelos divergentes en el abordaje del envejecer.

La mirada despiadada

Por cierto, el envejecimiento no es una condición "normal" para el que lo vive, quien se siente cobijado bajo la creencia de que sólo los otros envejecen. Esta autoexclusión narcisista es tan frágil como detectable: una mirada fugaz en el espejo basta para que el cristal le devuelva una imagen marcada por las huellas del tiempo, para comprobar que es y no es el mismo. Es cierto que, en su conciencia, se siente todavía joven, pero la imagen retratada poco o nada tiene que ver con la reflejada en aquellos días más benévolos del pasado, como si ese ritual de cada día le revelara, con crueldad, cierta incoherencia entre el yo joven que lo acompaña desde siempre y ese yo que contempla, consternado, en el cristal. Ese rostro que, con el tiempo, se le ha vuelto extraño.
Este desencuentro aciago entre el yo que se cree ser y el que se es condujo a cierto consenso en el imaginario colectivo acerca de que el envejecimiento es un mal incurable. Devoto de una fe ilusoria y consagrado a exorcizar ese mal, aquel que dice "Me siento bien" lo hace porque ya no se encuentra en un estado óptimo, condición en que uno ni siquiera "se siente": durante las primeras etapas del ciclo vital, el cuerpo lo acompañó como un amigo silencioso. Al envejecer, de aliado se transformó en enemigo, traicionándolo, inclemente, con achaques y limitaciones; devenido una suerte de parásito que ha ido carcomiendo a quien fue en tiempos mejores. Cuanto más siente que las piernas no le responden, que la digestión se le volvió una molestia, que la vista se le nubla; cuanto más siente el cuerpo, más extraño se siente de quien fue, aun cuando continúe siendo el mismo. Y pese a que lo abandona cada vez un poco más, se aferra a él y, a través de él, a la vida.
Por sobre todo, el individuo que envejece se siente cada vez más, más cuerpo y, en el mismo gesto, más desposeído de un mundo donde se va quedando solo. Ciudadano de una patria que ya no es la suya, sus amigos de siempre lo han ido abandonando. Ya ni siquiera lo acompañan sus enemigos, los mismos que le daban algún sentido, siquiera miserable, a sus luchas y fracasos. Por eso se obstina en ese yo que alguna vez existió, cuando no reescribe su propia historia. Pues en una suerte de rememoración tan ficticia como irrefutable, entreteje el arte de la fabulación: si de joven se creyó dotado de aptitudes musicales, el yo social presentará su propio pasado como el de un talento desperdiciado. O si es un veterano de la Guerra Civil Española, podrá alardear de haber sido vecino de cama del Hemingway internado en el hospital militar.
Reconociéndose cautivo de su cuerpo propio, lanzarse fuera de los muros de su acotada geografía, salir de lo normal, alterar su rutina, mudarse, viajar o explorar territorios inexplorados supone los riesgos de enfrentarse con adversarios con los que no se siente capaz de medir sus fuerzas. Esas fronteras no son meramente espaciales. Con el porvenir cancelado, es irrelevante aquella pregunta pueril "¿Qué vas a ser cuando seas grande?". El sucedáneo es "¿Qué hiciste de tu vida?, como si la vida, sinónimo de cambio y devenir, se hubiese petrificado en un pasado hacia el cual no hay ni retorno ni oportunidad de reparación. Prisionero de quien fue, contempla con recelo al joven que todavía es promesa, es más, que todavía es lo que promete ser, porque no ha atravesado el curso del tiempo que se burla de los deseos y aniquila las ilusiones.
Cuando recién despunta la vejez, todavía intenta sostener aquel yo social (aun a sabiendas de que el yo biológico ya no responde como se quisiera). Y todavía vive como imagen especular -interiorizada- de la mirada de los otros. Pero desterrados de esa patria que es el propio tiempo, y a diferencia de los que le siguen, quienes envejecen no sólo envejecen para la mirada de los jóvenes, también envejecen para muchos de sus coetáneos, quienes corren tras los jóvenes y los ideales de la juventud, en el anhelo inútil de que, como por ósmosis, la fuerza y rebeldía juveniles les sean transmitidas, añorando esa edad presuntamente dorada (y olvidando que, en verdad, se trata de un período crítico de la vida, plagado de conflictos y temores).
En un texto sin paliativos, Revuelta y resignación. Acerca del envejecer, el pensador existencialista Jean Améry describe, en estos términos, al viejo que, vanagloriándose de su actitud positiva, aspira a mantenerse joven entre jóvenes: si se viste y se expresa como aquellos a quienes emula, simulará compartir las bondades de la juventud. Si el viejo renuncia al espíritu de sus propios tiempos y logra mimetizarse con los modelos contemporáneos, se dirá de él que es dueño de "una mentalidad abierta", pero a costa de sentir en carne propia su anacronismo. Obligado a vivir en un mundo que no es aquel en el cual él creció. Pero como esos modelos se renuevan cada vez más aceleradamente, está condenado a saberse cada vez más distante de las vanguardias.
Otra respuesta posible es cosechar lo vivido, creerse más allá del bien y del mal, sintiéndose finalmente liberado de la tiranía de modas pasajeras (otra forma de autoengaño), como si la experiencia ganada, pero sobre todo sufrida, otorgara el título de maestro de vida que hasta parecería autorizar cierto maltrato a los demás. Es el caso de quien murmura, entre dientes, "Todo tiempo pasado fue mejor", sin reconocer que (parafraseando a Borges) le tocó vivir, como a todos los hombres, en el peor de los tiempos.
No son las únicas respuestas existenciales a la vejez. También hay otras que, sin caer en la autoindulgencia de la mimesis ni en la soberbia de lo superado, se sostienen en un presente enraizado en el deseo de vivir.

La mirada redentora del deseo

Baruj Spinoza, el filósofo que exaltó como pocos la conquista de la alegría, declaró: "La esencia del ser humano es el deseo", y en esas enigmáticas palabras condensó la complejidad de la naturaleza humana. Porque desde el primer llanto con el que nos asomamos al mundo, somos sujetos deseantes. Porque cuando ni siquiera sospechamos nuestro destino crepuscular y todavía ignoramos absolutamente todo de cronologías y de convenciones humanas, el deseo ya se expresa como lo que es: aquello que nos constituye como quienes somos. Y siendo un deseo sin tiempo, el viejo es tan perfecto como el joven y éste, como el niño, porque en cada estadio de la vida se es todo lo que se puede o se sabe ser.
El ser humano es su deseo desplegándose a través de proyectos vitales: la sucesión de las civilizaciones, las colosales construcciones humanas, las obras de arte que parecen resistir a las victorias y a las derrotas de los ejércitos más invencibles no son sino la expresión de la conquista del instinto y del pensamiento. Pero también los actos insignificantes de la cotidianeidad, las victorias despreciables y las derrotas baladíes del día a día nacen de esa fuerza deseante que, si dependiera de cada singularidad humana, se querría infinita.
Vivir, en su sentido último, es la búsqueda perpetuamente renovada del "desear desear", desear el propio deseo, desear ser sujeto deseante, sea cual fuere el objeto que instituimos, circunstancialmente, como objeto de deseo. Es el mismo deseo que, en el horizonte existencial, propicia los buenos encuentros: aquellas amistades y amores que enriquecen nuestras vidas, los proyectos compartidos, los goces renovados. Experiencias, todas ellas, para las que poco importa el ocaso.
Sin embargo, dado que el tiempo vivido está hecho no sólo de encuentros sino también de otros tantos desencuentros, estos encuentros fallidos pueden amenazar el deseo, debilitar ese desear desear, ponerlo en riesgo y hasta consumirlo (morir es apenas eso, sucumbir al poder de un mal encuentro con otra cosa -un veneno, un automóvil, una célula cancerígena- que termina por destruirnos).
En su forma progresiva, el envejecimiento suele propiciar el "rumiar" silencioso del pasado, el volverse una y otra vez a lo que se hizo o no se hizo, o a lo que se pudo haber hecho y no se hizo. Es cierto que lo vivido persiste, insistente e inquietantemente, bajo la forma del recuerdo. Y es más cierto aún que el pasado como tal, por su evaporada "corporalidad" ("lo que fue, fue"), ya no puede ser transformado. Con su mirada interior obnubilada por su densidad existencial, el viejo se interroga sobre lo que habría sido si su pasado hubiera sido distinto. Piensa que si no hubiese hecho tal o cual cosa, no habría sobrevenido luego la catarata de desgracias cuyo desencandenante inicial podría haber sido evitado. Como el hacha en el yunque, esos recuerdos golpean una y otra vez. O hasta se han vuelto una suerte de alimento indigesto que intoxica a quien lo rumia con los fantasmas del pasado que habitan en su imaginación.
¿Qué hacer, entonces, con la experiencia acumulada, con esos desencuentros que han sellado el cuerpo y la mente con secuelas tales como el resentimiento, el remordimiento o el arrepentimiento? ¿Qué hacer toda vez que se desearía trocar lo acontecido en no acontecido, y transformar en acontecimiento lo que jamás aconteció? Spinoza nos propone un camino para reapropiarnos de nuestras emociones, desligándolas progresivamente de esas representaciones imaginarias que nos vuelven cautivos del pasado.
Por empezar, se trata de darnos cuenta de que, por lo general, nuestras emociones negativas proceden de la creencia errónea de que una única causa es la responsable de todo lo que nos acontece. Separando ese eslabón de la cadena de causas y efectos a la que pertenece, suponemos que si ese acontecimiento hubiese sido diferente, las consecuencias dolorosas podrían no haberse seguido. Entonces nos parece que todo pudo haber sido distinto.
De más está decir que, lejos de ser una panacea, esos pensamientos se reducen a lo que los lógicos llaman un contrafáctico, un condicional cuyo antecedente nunca ocurrió, como el enunciado "Si Julio César no hubiese cruzado el Rubicón, la historia de Roma (y del mundo) habría sido otra". Vuelto hacia su propio pasado, quien piensa en estos términos piensa a contramano de los hechos, en un mecanismo imposible aferrado a cierta melancolía nostálgica que inmoviliza a quien lo experimenta en un tiempo sin retorno. Desconocedor, por añadidura, de que jamás se podría haber hecho todo lo que se deseó, porque nuestra libertad es siempre una libertad condicionada por un campo de fuerzas y de tensiones. Libertad del querer ineludiblemente limitada por los deseos de los otros.
A través de este itinerario, Spinoza nos señala ciertos recursos existenciales capaces de liberarnos de lo que nos sume en el desasosiego. Es necesaria una reapropiación de las emociones, que las desligue progresivamente de la representación de las cosas exteriores. Si reconocemos los mecanismos mentales de producción de una emoción, no estando ya ésta asociada a la cosa exterior que se considera su causa, esa emoción deja al mismo tiempo de ser experimentada como una pasión, en otras palabras, interpretada y vivida en términos de amor o de odio, y en consecuencia, deja de estar sometida a lo que nos rodea. Se trata, en suma, de reorganizar nuestro campo mental según las reglas de una nueva economía libidinal que reconduzca hacia el yo todas sus producciones, desvinculando las emociones de sus fijaciones obsesivas a fines externos, y dotándolas en ese acto de nuevas motivaciones. Por medio de una especie de conversión racional, es posible disminuir subjetivamente la carga libidinal proyectada en los recuerdos destructivos y reencauzar nuestras emociones para que operen a nuestro servicio, incrementando la fuerza afirmativa en la que se sostiene la tarea de vivir.
Spinoza nos enseña que el reconocimiento de la génesis de nuestras emociones, junto con la comprensión de su naturaleza, puede llegar a quitar el dolor que esas emociones nos producen, reafirmando el valor terapéutico de una reflexión esencial en la consecución de la superación de las emociones dolorosas: así como se sigue que no es sencillo llegar a comprender los mecanismos proyectivos que instituyeron al objeto de amor o de odio que nos sume en el dolor, porque estamos comprometidos, involucrados con ellos, se sigue asimismo que una vez que comprendemos esos mismos mecanismos proyectivos y su fuente en el yo, con el tiempo dejarán de producirnos dolor. Esta suerte de resignificación de las emociones, nos lo advierte el filósofo, aunque difícil, no es imposible.
Spinoza dijo: "La esencia del hombre es el deseo". Y el deseo es primariamente el deseo de conservar la vida y de hacer, de esa vida, una existencia enriquecida por los encuentros con los otros y con las cosas del mundo, actividad deseante que recién cesa con la muerte.
El deseo, es a fin de cuentas, amar la vida. Y no conoce ni de primaveras ni de otoños.

La mirada científica

No sólo los viejos. También los jóvenes y aquellos que no lo son tanto ven la vejez como un mal que sólo les sobreviene a los otros, aun cuando paradójicamente -a diferencia de los negros o los extranjeros, por nombrar apenas un par entre tantos otros grupos discriminados-, los viejos son la única minoría de la cual esperamos formar parte (dado que la alternativa es, obviamente, peor: morir antes).
El sociólogo Manuel Castells, en La era de la información, una obra tan actual como documentada, observa que tradicionalmente el tiempo laboral se asociaba íntimamente con el ciclo vital. Ese matrimonio entre tiempo vivido y jubilación parece haber llegado a su fin: individuos que ni siquiera alcanzaron la sexta década de vida, por jubilación anticipada, por desempleo permanente o por desgaste o desánimo ante la imposibilidad de reinsertarse en el mercado laboral, lo abandonan prematuramente. No sólo el reconocido profesor universitario dotado con los conocimientos que sólo la experiencia puede conferirle es apartado de la vida académica. También las miopes conductas empresariales y gubernamentales conducen a deshacerse de los trabajadores de cierta edad, en la creencia de que la madurez es sinónimo, observa Castells, de cierta incapacidad de "adaptarse a la velocidad actual de la innovación tecnológica y organizativa", miopía que pasa por alto que la aceleración en la renovación de la tecnología crea un horizonte perpetuamente inalcanzable no sólo para los llamados "inmigrantes digitales" (quienes nacieron mucho antes de la aparición de estas nuevas tecnologías), pues de hecho también los "nativos digitales" la padecen.
En contrapartida, la transformación del ritmo vital que hacía del hombre un reloj biológico cuyas horas marcaban inexorablemente lo que socialmente se esperaba de él, la prolongación de la duración de la vida media y la proporción de la población que supera esa media alteraron la asociación entre ancianidad y muerte social. El universo de la vejez es tan heterogéneo o más el de que cualquier otro grupo etario (pensemos, sin ir más lejos, que abarca desde los sesenta o sesenta y cinco años hasta los cien años, y que en la ciudad de Buenos Aires solamente, lo dicen las estadísticas, hay más de trescientas personas centenarias), prolongación que redefinió el ciclo vital. Si tomamos en cuenta que a un jubilado a los sesenta y cinco años tal vez le espera vivir un tercio de su vida, la salida del mercado laboral ya no es un criterio válido para determinar el pasaje a la vejez. Y si se aplica un criterio mucho más preciso, las diferencias individuales no se hallan tan sujetas a la edad cronológica como al grado de discapacidad, fragilidad o dependencia, no siempre en relación directamente proporcional con la edad. Esas diferencias son tan importantes que algunos miembros muy maduros pueden ser encolumnados con discapacitados más jóvenes, integrando conjuntamente un nuevo grupo social. Por último, más que por su edad, la diferenciación real pronto dependerá del capital social, cultural y relacional acumulado a lo largo de la vida, lo que quiebra, señala Castells, "la relación existente entre la condición social y el estadio biológico en que se basa el ciclo vital".
Otros enfoques científicos también colaboraron para esclarecer la autopercepción de la vejez. Los aportes de la psicología y la neurología a la gerontología documentaron cierta pérdida de las capacidades intelectuales y mnémicas a medida que progresa el envejecimiento. La contrapartida del reconocimiento de ese deterioro cognitivo son los índices alentadores en la evolución de vida emocional. A juzgar por los estudios dirigidos por la investigadora Laura Carstensen en el Laboratorio de psicología experimental de la Universidad de Stanford, tras el seguimiento de un grupo de 184 personas entre los 18 y los 94 años se concluyó que, aunque los sentimientos positivos se mantienen constantes tanto en los adultos jóvenes como en aquellos que no lo son tanto, con el transcurso del tiempo la frecuencia de sentimientos negativos declina notoriamente. Tras "tocar fondo" alrededor de los sesenta años, los sentimientos negativos en quienes superan esa edad, experimentados en el día a día, son más frecuentes, pero se mantienen por debajo del nivel máximo de los jóvenes veinteañeros. Por añadidura, a medida que se envejece, los sentimientos positivos perduran durante más tiempo mientras que los negativos son cada vez más efímeros.
Esta variabilidad mostraría que la gente mayor regula sus estados emocionales mejor que lo que lo hace la gente joven. Con el paso del tiempo, la sensación creciente de que se cuenta con menos tiempo futuro genera la búsqueda de relaciones emocionales más profundas, a diferencia de lo que ocurre a los jóvenes que, con todo el tiempo por delante, sacrifican a menudo los lazos emocionales en la búsqueda de nuevos contactos y experiencias. Los viejos conviven en redes sociales reducidas, como reducidas son sus esferas de intereses. Pero aun cuando suelan ser vistos como desconectados de muchas actividades o como indiferentes a las oportunidades sociales, se probó que la reducción de su actividad social y de experiencias novedosas les brinda cierta libertad de elegir vivir vidas emocionalmente más satisfactorias.

Victoria pírrica

Seguramente ninguna de las tres miradas en torno a la vejez -ni la despiadada ni la redentora ni la científica- agota por sí sola la complejidad de lo vivido, pues quien la vivencia en su singularidad puede identificarse en mayor o menor grado con una u otra de ellas. Pero en cualquier caso, quien transita esa etapa de la vida suele tener demasiado para darse y para dar a los demás, aunque el imaginario colectivo insiste en representarlo como muy distante de proyectos y sueños por cumplir.
Si la percepción social de la vejez es una construcción cultural, no alcanza a reflejar las diversas maneras en las que puede ser vivida; recuperar la vejez como lo que es, una etapa más de la existencia humana, nos compromete a todos: para quienes ya no son jóvenes, el desafío es resignificar esos años para legarlos a las generaciones más jóvenes, todavía indiferentes a ese futuro que se les antoja tan remoto como impensable.
Cuando ilusoriamente renegamos del tiempo vivido, aferrándonos a una perpetua juventud apócrifa, sólo obtenemos una victoria que, en un mismo gesto, nos condena. Victoria fallida porque, más tarde o más temprano, la vejez nos espera a casi todos los mortales. Y serán los mismos que hoy se vanaglorian de vencer el tiempo, las piezas sacrificiales de un efímero triunfo.
En Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar condensa este pasaje a la sabiduría cuando el emperador reconoce que ha llegado a "la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre; así es para todos".
Al fin de cuentas, la vejez asusta porque preanuncia el fin de la existencia humana. Sin embargo, vivimos preñados de incertezas. Y una de ellas, como reza el proverbio, nos recuerda que "Nadie es demasiado joven como para no morir mañana ni demasiado viejo como para no vivir un día más".

FUENTE: Diario La Nación. Por Diana Cohen Agrest

jueves, 29 de octubre de 2009

El espejo por Sergio Sinay


Cuando no le cortan las piernas, hay que hacerle una felación.
Mientras tanto, él no se hace cargo de nada, jamás, por ningún motivo.

Choca con su auto a una pareja y dice que él no conducía.

Niega ser padre de los hijos que va regando por el mundo.

Está siempre listo a ser usado para las peores causas políticas e ideológicas.

Se droga en un mundial y no pide perdón ni a sus compañeros ni a los hinchas.

Trata de mafioso a Julio Grondona (el dueño del fútbol argentino) y después se abraza con el mafioso.

Ahora, por fin, a buena parte de la sociedad empieza a darle un poco de asco.

Es tarde.

La gran mayoría de esta sociedad lo entronó, le perdonó todo, lo justificó, celebró con él “la mano de Dios”, la celebró mucho más que el otro gol, el que de veras era una obra maestra futbolística.

Era “El 10”, el que nos había dado “alegrías” y, por eso, se le perdonaba todo.

Era “el más grande”.

Los periodistas deportivos (todos) hicieron siempre esto que él les ordena ahora.

Y ahora a algunos les da un poquito de asco.

Otros, muchos, siguen con la felatio micrófono en mano.

Maradona no es un extraterrestre.

Representa fielmente a la sociedad que lo hizo ídolo.

Irresponsable, machista, ventajero, descalificador, intolerante, autoritario.

Antes que enojarse con el espejo, es mejor aplicarse en la tarea de transformar aquello que proyectamos en él.

Cada sociedad produce sus ídolos y sus dirigentes.

Si ahora esta sociedad no se hace cargo de lo que aplaudió o lo que votó, si no se hace cargo con actitudes, con acciones, con hechos, con conductas cotidianas, con valores vividos y no sólo declama-
dos seguirá siendo una comunidad en donde puede más un Maradona, un Kirchner (son sinónimos) o cualquier patota que un millón de seres honestos, leales, empáticos y dignos.


martes, 20 de octubre de 2009

Todo lo que necesité saber, lo aprendí de mi Madre:

En fechas como el Día de la Madre el manipuleo de la misma por las firmas comerciales suele ser muy grande. El envío de mi hermano José Benito que agregamos le pone un poco de humor a la fecha, para contrarrestar tanto marketing.

M.G.

  • Mi madre me enseñó a APRECIAR UN TRABAJO BIEN HECHO: "Si se van a matar, háganlo afuera. Acabo de terminar de limpiar!"
  • Mi madre me enseñó RELIGIÓN: "Rezá para que esta mancha salga de la alfombra."
  • Mi madre me enseñó RAZONAMIENTO: "Porque yo lo digo, por eso... y punto!!!!"
  • Mi madre me enseñó PREVISIÓN: "Asegurate de llevar ropa interior limpia, por si tenés un accidente."
  • Mi madre me enseñó IRONÍA: "Vos seguí llorando, y vas a ver como te doy una razón para que llores de verdad."
  • Mi madre me enseñó a ser AHORRATIVO: "Guardate las lágrimas para cuando yo me muera!!!"
  • Mi madre me enseñó OSMOSIS: "Cerrá la boca y comé!!!!!"
  • Mi madre me enseñó CONTORSIONISMO: "¡Mira la suciedad que tenés en la nuca, date vuelta!"
  • Mi madre me enseñó FUERZA Y VOLUNTAD: "Te vas a quedar sentado hasta que te comas todo."
  • Mi madre me enseño METEOROLOGÍA: "Parece que ha pasado un huracán por tu cuarto."
  • Mi madre me enseñó VERACIDAD: "¡¡Te he dicho un millón de veces que no seas exagerado!!"
  • Mi madre me enseñó MODIFICACIÓN DE PATRONES DEL COMPORTAMIENTO: "Dejá de actuar como tu padre!!!!!"
  • Mi madre me enseñó habilidades como VENTRILOQUIA: "No me rezongues, callate y contestame: ¿por qué lo hiciste?"
  • Mi madre me enseñó LENGUAJE ENCRIPTADO: "No me, no me.... que te, que te...."
  • Mi madre me enseñó técnicas de ODONTOLOGÍA: "Me volvés a contestar y te estampo los dientes contra la pared!!!"
  • Mi madre me enseñó GEOGRAFÍA: "¡Como sigan así los voy a mandar a uno a Jujuy y al otro a La Antártida!"
  • Mi madre me enseñó BIOLOGÍA: "¡Tenés menos cerebro que un mosquito!"
  • Mi madre me enseñó LÓGICA: "Mamá, ¿qué hay de comer?"" ¡COMIDA!"
  • Mi madre me enseñó RECTITUD: "¡Te voy a enderezar de un tortazo!"

¡Gracias mamá!

jueves, 8 de octubre de 2009

El valioso tiempo de los maduros

“Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora... Me siento ... como aquel chico que ganó un paquete de golosinas: las primeras las comió con agrado, pero cuando percibió que quedaban pocas, comenzó a saborearlas profundamente. Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada. Ya no tengo tiempo para soportar absurdas personas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido. Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades. No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados. No tolero a maniobreros y ventajeros. Me molestan los envidiosos que tratan de desacreditar a los más capaces para apropiarse de sus lugares, talentos y logros. Detesto, si soy testigo, de los defectos que genera la lucha por un majestuoso cargo. Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos. Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa... Sin muchas golosinas en el paquete... Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír de sus errores. Que no se envanezca, con sus triunfos. Que no se considere electa, antes de hora. Que no huya de sus responsabilidades. Que defienda la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.. Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena. Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas…. Gente a quien los golpes duros de la vida le enseñó a crecer con toques suaves en el alma. Sí, tengo prisa, pero por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar. Pretendo no desperdiciar parte alguna, de las golosinas que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitas, que las que hasta ahora he comido. Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia. Espero que la tuya sea la misma, porque de cualquier manera, llegarás..."
Mario de Andrade(Poeta, novelista, ensayista y musicólogo brasileño)

martes, 6 de octubre de 2009

¿A quién le importa aprender?

Entre el desinterés y la ignorancia militante

En un reciente artículo periodístico, el escritor español Rafael Argullol comenta el hecho de que algunos de los mejores profesores universitarios de su país están abandonando la enseñanza. Identifica como una de las principales causas de esta preocupante situación el desinterés intelectual que advierten en sus estudiantes. Señala que los profesores no se sienten ofendidos por la ignorancia, sino por ese desinterés que demuestran sus alumnos. Es decir que no sólo comprueban que ignoran por completo nociones esenciales, sino que, fundamentalmente, tal desconocimiento no representa problema alguno para los jóvenes, quienes, dice, "adiestrados en la impunidad ante la ignorancia, no creen en el peso favorable que el conocimiento puede aportar a sus futuras existencias".
Esta situación no es más que el reflejo de un fenómeno generalizado: la indiferencia por el saber que muestra la sociedad que esos jóvenes integran, puesto que hoy se privilegia la utilidad por sobre la verdad. Señala Argullol: "Tras los ojos ausentes -más somnolientos que soñadores de sus jóvenes pupilos- los veteranos ilustrados advierten la abulia general de la sociedad frente a las antiguas promesas de la sabiduría. ¿Para qué preferir el conocimiento, que es un camino largo y complejo, al utilitarismo de la posesión inmediata?". Hemos conseguido contagiar a los jóvenes el clima antiilustrado que caracteriza a nuestra época en la que no se valoran "ni bien ni verdad ni belleza, las antiguallas ilustradas, sino únicamente uso: la vida es uso de lo que uno tiene a su alrededor".
Esa reflexión, que refleja la realidad que se observa en la sociedad occidental actual, justifica en gran medida la crisis de significado que atraviesa la educación. Nos encontramos ante la paradoja de una sociedad que declama la importancia del conocimiento, es más, que se considera a sí misma "sociedad del conocimiento", pero que no valora ese conocimiento e, incluso, no pocas veces lo combate activamente en los hechos concretos.
Muchos jóvenes son el espejo de ese clima que prevalece en la sociedad y, más aún, convierten su desinterés en ignorancia militante, configurando un grupo en expansión que exhibe ese desprecio sin ocultar un cierto orgullo. Se muestran heroicamente resistentes a toda influencia que consideren inútil para la sociedad de uso, hacen gala del hedonismo que ven en sus mayores y, como ellos, desconfían de todo lo que tenga cierto sabor a antiguo. No alcanzan a advertir que la tecnología, a cuyo consumo desenfrenado se los impulsa, reconoce su origen, precisamente, en los fundamentos teóricos que se desarrollaron, con gran esfuerzo, en respuesta al desafío que plantearon a las generaciones anteriores aquellos ideales del conocimiento.
Hace poco, el presidente Barack Obama, de los Estados Unidos, decidió hablar directamente con los escolares al comenzar el ciclo lectivo de este año. Desde una escuela media en Arlington, Virginia, se dirigió por televisión a los alumnos reunidos en todas las escuelas de su país, actitud que generó un interesante debate en la opinión pública, ya que algunos grupos creían ver en ella el propósito de adoctrinar a los jóvenes. En un discurso admirable -que deberían leer las dirigencias de todo el mundo-, les comentó que se había referido en numerosas ocasiones a la educación. Que había hablado de la responsabilidad que tienen los maestros en inspirar a sus estudiantes, alentándolos así a aprender. Que había hecho referencia a la necesidad de que los padres siguieran de cerca el desempeño de sus hijos, controlando que realizaran sus tareas y vigilando que no pasaran todas las horas del día frente a la televisión o a los videojuegos. Que había señalado la responsabilidad que le cabe al gobierno de establecer estándares elevados y de apoyar a los maestros y directivos de las escuelas, mejorando la situación de aquellas que no funcionan adecuadamente y en las que los estudiantes no logran buenos niveles de aprendizaje. "Pero -dijo- en última instancia, aunque contemos con los maestros más dedicados, con los padres más dispuestos a apoyar la labor educativa, con las mejores escuelas del mundo, nada de eso importará a menos que todos ustedes cumplan con sus responsabilidades, a menos que asistan a esas escuelas, a menos que presten atención a esos maestros, a menos que escuchen a sus padres, a sus abuelos, a los demás adultos y, sobre todo, a menos que estén dispuestos a realizar el duro trabajo que se requiere para alcanzar el éxito. Cada uno de ustedes es el responsable último de su propia educación."
Educarse representa una responsabilidad hacia uno mismo porque cada uno tiene capacidad para algo, cada uno tiene algo para ofrecer. "Y ustedes -señaló Obama- tienen la responsabilidad para con ustedes mismos de descubrir cuál es esa capacidad con la que cuentan. Esa es la oportunidad que les proporciona la educación." Enumeró diversas situaciones: "Pueden ser grandes escritores, pero no lo sabrán hasta que escriban ese trabajo que les exigen para la clase de lengua; innovadores o inventores, pero lo descubrirán recién cuando elaboren su proyecto para la clase de ciencias; dirigentes políticos, pero para eso deberán estudiar el gobierno e incorporarse a los grupos de debate. Para cualquier tarea que quieran emprender necesitarán una buena educación? Nadie deja la escuela y simplemente aterriza en un buen trabajo. Para eso necesitarán entrenarse, trabajar y aprender".
Destacó como idea central el hecho de que, además de esa responsabilidad personal, lo que hagan los jóvenes con su educación decidirá el destino de la sociedad en la que viven. "El futuro de los Estados Unidos depende de cada uno de ustedes -señaló el presidente-, porque lo que aprendan hoy en la escuela determinará si nosotros, como nación, podremos hacer frente a los grandes desafíos del futuro? Necesitamos que cada uno de ustedes desarrolle sus talentos, sus habilidades y su intelecto de modo que puedan ayudarnos a los mayores a resolver nuestros problemas más complejos. Si no lo hacen, no sólo se abandonarán a ustedes mismos, sino que estarán abandonando a su país."
"La posición en la que ahora se encuentren -dijo- no tiene por qué determinar qué lugar ocuparán en la sociedad. Nadie ha escrito el destino por ustedes, porque aquí ustedes escriben su propio destino. Ustedes construyen su propio futuro." Y apoyó esta afirmación con un emocionado relato de las dificultades que enfrentó en su propia vida, mencionando los apoyos con los que contó para concretar su sueño y así asistir a las mejores escuelas de su país. En fin, instó a los jóvenes a asumir la responsabilidad por sus propias vidas, a fijarse objetivos para su educación, a comprometerse y trabajar en serio para alcanzarlos, recurriendo a quienes pueden prestarles ayuda.
La preocupación que expresa Obama es la misma que, de otra manera y en una sociedad diferente, planteaba Argullol: la imperiosa necesidad de poner de manifiesto el interés por educarse, de asumir las responsabilidades personales. En los niños y jóvenes en edad escolar ésta se manifiesta en la demostración del interés por aprender. Si quienes se acercan a las instituciones educativas lo hacen carentes de ese interés, todo lo demás será inútil.
Por eso, la tarea que hoy enfrentamos es titánica, pues consiste nada menos que en recrear en los jóvenes ese interés por el trabajo de educarse, en transmitirles la dimensión de su responsabilidad para con ellos mismos y para con la sociedad que integran.
Padres y maestros deberían renovar su alianza para emprender la reconstrucción del interés de sus hijos y sus alumnos por el conocimiento y así emprender la tarea de hacerse humanos. Si esto no se logra, si a las escuelas no asisten alumnos sino clientes o espectadores en busca de entretenimiento, los planes de estudio, las aulas, las computadoras, los libros, carecerán de toda significación. Los niños y los jóvenes dejarán las escuelas habiendo desaprovechado la oportunidad única que les brinda la educación para descubrir y desarrollar sus capacidades. Además, la sociedad en la que vivirán, integrada por ignorantes, jamás llegará a ser la tan declamada pero aún tan lejana "sociedad del conocimiento".

FUENTE: Diario "La Nación". Por Guillermo Jaim Etcheverry

jueves, 24 de septiembre de 2009

Prohibido escribir en las paredes


Sobre el conflicto entre el Gobierno y Clarín , lo primero que salta a la vista es la oscuridad de los términos. La sociedad no entiende este conflicto. Es cierto que la prensa y el Gobierno nunca se llevaron bien, y los Kirchner siempre se expresaron con desprecio sobre los medios, cuya función crítica -elemental en una democracia- no comprenden, y si la comprenden, no la admiten.
De todas maneras, Clarín no había merecido los ataques personalizados del Gobierno, reservados en otro tiempo a LA NACION. Tampoco el diario fundado por Roberto J. Noble era particularmente crítico. Por otra parte, Clarín fue históricamente un diario informativo, y sus opiniones solían manifestarse en la elección de títulos o tipografías, lo cual, dicho sea de paso, no deja de ser una manera de opinar.
La legitimidad de la reforma de la legislación sobre medios audiovisuales es inobjetable. El contenido de la reforma es opinable, y también lo es la oportunidad. ¿Por qué ahora y no dentro de pocos meses?, pregunta la oposición. Bien, dicen en el oficialismo, ¿por qué no? En todo caso, la oportunidad de un hecho político la determina quien tiene la facultad legal para producirlo. Y ése es el titular de las mayorías parlamentarias.
No es eso lo criticable. Lo criticable es entrelazar la reforma con una querella personalizada y con el ataque concentrado y violento a un diario. Al rebajar el proyecto reformista a esta dimensión de ring, el Gobierno bastardea un proyecto que debería ser basal. Y genera sospechas. El oportunismo con que rodeó el Gobierno la reforma de los medios audiovisuales hace recelar que pretende para sí lo que critica en otros. Un gobierno que discrimina la publicidad oficial a favor de medios adictos no puede legislar sobre materia tan álgida sin despertar la sospecha de que apunta a restringir la libertad de informar.
En 1945, el político Roberto J. Noble fundó un diario junto con algunos veteranos redactores de Crítica , ya en declive desde la muerte de Natalio Botana, unos años antes. Aquel primer Clarín tuvo unos comienzos algo grises, hasta que, en 1951, el peronismo expropió La Prensa , que concentraba el gran mercado de los avisos clasificados, y se la dio a la CGT. La Prensa era el diario más leído de la Argentina, sobre todo por los avisos clasificados. Los miles de lectores populares que compraban La Prensa por esos anuncios se pasaron a Clarín y cuando, en 1955, La Prensa fue devuelta a sus dueños, el público ya se había acostumbrado a leer los clasificados en Clarín . Desde entonces, el diario de Noble no dejó de aumentar su tirada. Y, en los últimos años, no dejó de expandirse en múltiples negocios.
Sobre un diario se pueden tener miradas críticas. Hay ya varios libros que ventilan la historia de Clarín . Algunos han señalado que una actitud permanente del diario fue su acriticismo con los gobiernos fuertes, en contraste con su criticismo frente a los gobiernos débiles.
No es propósito de este artículo entrar en tal perspectiva, sobre la cual sólo haré un señalamiento. Cuando se valora históricamente a un diario no debe olvidarse que es una creación colectiva, y que, tanto como la orientación de sus dueños, o directores, importa la manera con que redactores, cronistas, columnistas, ilustradores y diagramadores se comunican con el lector. Un diario nunca es una entelequia. Un diario es como un hombre: nunca es un bloque inmóvil, siempre es un conjunto de señales, a veces contradictorias.
Tampoco conviene olvidar que, además de sus hacedores, un diario es la gente que lo compra, que lo lee, que lo incorpora en sus vidas. En tal sentido, Clarín son Roberto Julio Noble y Enriqueta de Noble, y los orientadores que el diario ha tenido, como Rogelio y Octavio Frigerio y Oscar Camilión, pero también son Clarín -para citar sólo algunos nombres- quienes han llenado sus páginas: Raúl González Tuñón y sus crónicas, Ramón Gómez de la Serna y sus greguerías, Horacio Estol y sus artículos desde Nueva York, Horacio Altuna y sus dibujos, Hermenegildo Sábat y sus caricaturas, Diego Lucero y sus crónicas futboleras, Roberto Fontanarrosa y sus viñetas. Y el Clarín porteño que inventó Luis Cané y sigue fogoneando Cora Cané. Clarín es el dibujante Andrés Guevara, el inventor de ese hombrecito del logo del diario, un hallazgo de diseño incorporado ya en la vida cotidiana de los argentinos.
Cuando desde el poder se ataca indiscriminadamente al diario Clarín, no se debería olvidar que Clarín somos también, para bien o para mal, los millones de argentinos que, al despertar, vimos este diario asomando bajo la puerta de casa. Esto no excluye a quienes nos indignamos por las miserias del diario, lamentamos sus errores o cuestionamos sus opciones. También nosotros debemos reconocer el aporte que hizo Clarín a la cultura argentina.
La ley de medios audiovisuales, innovación legislativa legítima, ¿de qué sirve si se pervierte al convertirse en agresión? Pintadas, panfletos anónimos, aprietes, afiches denigrantes, ataques personales con olor a servicios de informaciones. La violencia verbal en boca del poder es peligrosa porque puede ser invitación a la violencia física. En 1924, el primer ministro de Italia Benito Mussolini denigraba en la tribuna a los socialistas y en especial a su líder, Giacomo Matteotti. Un día, unos hombres interceptaron en la calle a Matteotti en la calle, lo secuestraron y su cadáver apareció acribillado. El régimen repudió el crimen y pretendió otorgarle honores de Estado a la víctima. Pero, ¡el poder había sido el culpable!
Lo recuerdo, sin hacer comparaciones que no caben, a título de ejemplo histórico. El interventor del Comfer, en un programa de TV, ha tenido expresiones públicas deplorables, que desmerecen su por otra parte conceptuosa defensa del proyecto de ley. Ha dicho que las pintadas y los carteles contra el diario de los Noble son "una manifestación de democracia". Agregó que la tiza y la cal eran "una expresión del pueblo". Estas palabras agravian a miles de argentinos que alguna vez pintamos paredes porque no teníamos otro lugar donde escribir contra las dictaduras que nos aplastaban. Yo fui procesado y encarcelado por un decreto, el 4161, que criminalizaba el hecho de escribir palabras prohibidas. Entonces regía un poder usurpado. Ahora, todos podemos expresarnos, pero el que ensucia las paredes es el Estado. Que tiene una vasta cadena -equivalente a la que dice combatir- de medios a su disposición: agencia de noticias, canal abierto, radios, diario, revistas, una fortuna en publicidad oficial...
Encuentro una gran analogía entre lo que hace el Gobierno con los medios y lo que hace con el fútbol. Si al Gobierno le interesara mejorar el fútbol como práctica social, podría hacer muchas cosas útiles con 600 millones de pesos. Por ejemplo, combatir la violencia de las barras bravas, grupos criminales que cometen delitos impunes en las canchas, protegidos por los dirigentes. Esa violencia se ha cobrado ya 250 vidas... Sin embargo, el Gobierno ha preferido la demagogia de televisar fútbol a toda hora. A cambio, ¿les ha exigido algo a los clubes? ¿Por ejemplo, que erradicaran el crimen enquistado en ellos? No.
La FIFA estableció, en 2003, que los espectadores de fútbol, en todos los países del mundo, deben estar sentados. Es una manera de desalentar el vandalismo. El único país donde esa norma no se cumple es la Argentina. En la ciudad de Buenos Aires, una ley ordenó que el 75% de las entradas vendidas debían ser plateas. Sucesivas prórrogas han ido eximiendo a los clubes de esa obligación. El 20 de agosto pasado, mientras el país discutía la ley de prensa, la Legislatura porteña, entre gallos y medianoche, aprobó una prórroga de la obligación de poner plateas... ¡esta vez hasta 2012!
Pero, ¿por qué los clubes no convierten las gradas en asientos? Porque prefieren comprar jugadores. Y porque consienten en que el fútbol sea como es. El presidente de un club de primera lo dijo sin pelos en la lengua: "Los hinchas prefieren ver el partido todos juntos y parados. En todo caso, las plateas las arrancan de cuajo y las tiran al campo". La decisión de la Legislatura de la ciudad -rescato a los once legisladores que votaron en contra de la prórroga- demostró una vez más que la política argentina no puede prescindir del fútbol.
Pero los dirigentes, tanto los de un club de fútbol como los del país, no están sólo para hacer lo que la gente quiere. Están para construir un país mejor. Si su acción merece la aprobación popular, mejor para ellos, pero si tienen que afrontar críticas o, incluso, si ello los convierte en impopulares, no debe importarles. Tienen que hacerlo. Jamás mejoraremos este país para nuestros hijos si sólo atendemos el rédito inmediato. Gobernar es trabajar para el futuro, diseñarlo, no meramente ganar las próximas elecciones.
Por Alvaro Abos, para el Diario La Nación