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miércoles, 29 de febrero de 2012

INFORMACIÓN, SABERES Y CULTURA.

Riesgos y posibilidades de las tecnologías de la comunicación

Hemos alcanzado los límites del tiempo y de la información. No podemos procesar la inmensa masa de información que estamos en condiciones de recibir. No nos alcanza el tiempo “biológico”, sencillamente.
Internet conduce a una suerte de vértigo: la información termina por matar la información. Hay demasiada. Y mucha información mata la información. Lo importante es poder integrar esas informaciones en saberes y esos saberes en cultura. Es decir en prácticas que den sentido a lo que hacemos en nuestra vida y en nuestra profesión. Joel de Resnay en “El explorador del cibionte” (1997) habla de un tiempo amplio y lo diferencia del tiempo corto y del tiempo largo. En plena revolución de la información y la comunicación viene bien diferenciarlos. Nos viene bien, sobre todo, a los que no somos nativos digitales. Y más aún a los que nos dedicamos a una u otra forma de transmisión de saberes.
El tiempo corto es el de la televisión, el chateo y el zapping. El tiempo largo, el de la educación, de la cultura, del estudio, de la lectura, el esfuerzo sistemático, la reflexión y el diálogo permanente. Es un tiempo secuencial. Es el cada vez menos asumido tiempo del poco a poco.
El tiempo amplio considera que para que el tiempo pueda ser considerado un capital personal, hay que poder integrar en forma crítica y racional el tiempo largo, la información y su transformación en las prácticas mencionadas.
Acerca de simulacros de innovación
Esta breve introducción debería servir para plantear un problema preocupante: ¿Cuál es el sentido de que el Gobierno regale computadoras a cada chico mientras la escuela se siente avasallada por las tecnologías de la información y la comunicación, a las que imagina un enemigo poderoso?
La verdad es que ni docentes ni pedagogos terminan de incorporarlas a las aulas de manera que millones de niños y adolescentes, marcados por la desigualdad, se apropien de una herramienta imprescindible para desempeñarse en el nuevo entorno.
La extrema pobreza, el analfabetismo y la muerte por causas prevenibles son flagelos anacrónicos, que podrían ser derrotados por la fuerza de la revolución que ha producido la tecnología de la información. Pero definitivamente con las computadoras en las aulas no alcanza. Como dice Silvia Bacher en “Dilemas de la educación en la era digital”, (2009), “las computadoras no son tablas salvadoras a las cuales es posible aferrarse ni prótesis que obturan viejos problemas de ineficacia del sistema educativo”. El envío de equipamiento tecnológico a las escuelas sin capacitación docente y sin capacidad para construir proyectos institucionales, sólo confunde a los padres ingenuos. La escuela tiene que enseñar su uso eficaz. No es sencillo porque la escuela debe aceptar el desafío de transformarse verdaderamente en un lugar de resistencia ante las presiones paralizantes del poder y del mercado. Y comprender que en vez de desgastarse en una competencia con los medios y las tecnologías de la comunicación que fueron minando su identidad, debe integrarlos en el proyecto educativo.

¿Qué podría intentarse?
1.Antes que nada, es preciso contestar la siguiente pregunta:
¿Cuál es el sentido de la educación en la era digital?
Interrogante esencial, cuya respuesta es imprescindible para diseñar las políticas destinadas a relacionar la educación con los medios y las tecnologías de la comunicación.
En un momento en que “tanto la población adulta como buena parte de los jóvenes, no sabe leer con provecho, no sabe comunicarse por escrito con un mínimo de eficacia, tiene un mal manejo elemental de los números y de las matemáticas, y posee una concepción bastante primitiva de su entorno físico, en términos de las ciencias”. (Brunner, citado en Meller, 2002).
2.Luego, la escuela tiene que enfrentar la inédita situación de que sus alumnos llevan grabados las TICS en sus cuerpos y en sus sensibilidades. Además, las manejan mucho mejor que la mayoría de sus maestros. (Lo que no significa ubicar a éstos en el lugar de analógicos irremediables y a la escuela en el lugar del pasado).
3.Las redes electrónicas están controladas por pocas y muy poderosas compañías multinacionales de medios que son las propietarias de los canales de distribución mediante los cuales nos intercomunicamos y que controlan gran parte de los contenidos culturales que terminan siendo definitivos en la constitución de las subjetividades de niños y jóvenes. No hay precedentes en la historia de un control externo tan amplio de las comunicaciones humanas. Control que le posibilita a las empresas prometer felicidad a cambio de consumo, por ejemplo. En un mundo en el cual el acceso a la cultura esté cada vez más comercializado y mediado por las corporaciones globales, la cuestión del poder institucional y la libertad de los sujetos se transforman en un problema candente

Mariano Giraldes

Bibliografía
MELLER, Patricio (2002): “Distintas versiones sobre Tecnologías de Información en Internet en Chile”, Perspectivas, vol. 5, Departamento de Ingeniería Industrial, Universidad de Chile.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La enseñanza de una gimnasia....en los márgenes

Una refutación a lo impuesto.

El propósito de este artículo es sencillo: Intranquilizar, complejizar la mirada que se dirige a las prácticas corporales, insistir con la palabra, aunque esté devastada.
En realidad, para intranquilizarse no hace falta otra cosa que registrar, por un lado, la banalización en la relación que las personas tejen con sus cuerpos, manipulados como estamos por los dictados estupidizantes de los medios y el mercado. Por otro, señalar que como consecuencia de esa potente influencia mediática, la enseñanza de la gimnasia, en la mayor parte de los lugares donde se realiza, se ha esterilizado al recorrer caminos siempre idénticos y obedientes.
La consecuencia es que se está logrando vaciar de sentido y volver incomprensible una cultura corporal que debería ser inteligente y crítica.

La prudencia en dosis homeopáticas
Queda claro, desde el comienzo mismo, que abandono toda prudencia. La prudencia al escribir es una virtud a exhibir en dosis homeopáticas.
Probablemente por eso, Baudrillard dice que “todo discurso, si intenta ser significativo, está destinado a romper las apariencias”. Es que es difícil ser neutral, cuando se intenta ordenar un espacio de cosas, cuando se invita a pensar un mundo de prácticas corporales saludables o cuando se presenta una interpretación de las gimnasias y su enseñanza.
Abandono la prudencia aunque acepte, como acepto, que los opuestos sobre los que se estructura la cultura corporal, no se prestan a intentos de síntesis última sobre ella y evite toda legitimación definitiva de alguna de las prácticas que la caracterizan.
Es que siempre persiste en lo que escribo una idea fuerza: el desafío que los maestros deberíamos enfrentar, consiste en ayudar a construir una política capaz de trazar una frontera que se abra a los sujetos y a sus múltiples demandas en torno a lo corporal y se cierre a las fuerzas que se oponen a tal apertura. Eso no admite términos medios.
Puede no ser fácil. Como dice E. Valiente Noailles “…el temor a profundizar las cosas puede provenir de que profundizar algo significa, esencialmente, desfondarlo. Significa desembocar en un sitio en el que no hacemos pie”.

En los márgenes… ¿Por qué?
Porque sugiero analizar la enseñanza de una gimnasia alejada de lo establecido, de lo aburrido y burocrático. Una enseñanza que no se preocupe por lo permitido ni haga caso de lo obligatorio por imposición institucional. Una enseñanza por fuera de lo usual, de lo acostumbrado; capaz de recrear la tradición para renovarla; que acepte el mercado pero no su tiranía, ni tampoco la de algún otro tipo de centralidad.
Una enseñanza, en fin, que sea una verdadera transmisión.
Que podría tener sentido siempre que a la vez sea representativa de un saber renovado, el de la gimnasia. Recordando que tal saber siempre ha caracterizado parte de nuestra identidad como disciplina.
Y siempre que se asuma sin miedo que moverse en el margen de lo establecido puede ser uno de los aspectos característicos de las vanguardias, en su búsqueda de creaciones auténticas.
Una enseñanza así, capaz de alejarse de las trampas de la objetividad para volver a ella cada vez que haga falta, podría significar una bocanada de aire fresco entre tanta propuesta rutinaria y convencional.

¿Qué está sucediendo con la enseñanza de la gimnasia como para que se justifique hablar de otra alternativa?
Que en ciertos espacios se practica mucho y en otros nada. He tratado otras veces el tema de la casi desaparición de la enseñanza de la gimnasia en la escuela, como para volver sobre ese tema. Diré, sin embargo, que si a alguno de nosotros se le ocurriese transmitirla, deberíamos estar preparados para enfrentarnos a contextos escolares entre sorprendentes y estremecedores, que no facilitan, precisamente, esa transmisión.
Tanto que se hace difícil hoy sostener la idea de que existe una correlación entre asistir a la escuela y el desarrollo de conocimientos poderosos. No solo con los propios de una educación corporal, sino con los de las otras disciplinas. Analicémoslo brevemente:
Dentro de la escuela, la masificación de la escolaridad, producto de los planes asistenciales, se ha producido en contextos de evidente exclusión social. Eso ha producido un terremoto. Entre otras cosas porque las escuelas no están en condiciones de recibir tamaña cantidad de escolares.
Además, los viejos modos de hacer las cosas ya no sirven; los problemas a resolver son inéditos, los maestros y los directivos viven su tarea como una misión imposible; los padres se muestran siempre insatisfechos de aquello que la escuela puede ofrecer y con derecho a demandar asistencia en temas que, años atrás, hubiesen significado una injustificable intromisión de la escuela en la vida familiar. Sin embargo, la mayoría no parecen excesivamente preocupados por otra cosa que no sea que el hijo “pase de grado”. No así por la calidad educativa o la exigencia académica.
Los nuevos alumnos que se incorporan, especialmente los adolescentes, están marcados en su subjetividad por los nuevos contextos familiares y los consumos corporales y de tecnologías que los caracterizan. Como consecuencia sus preferencias, lenguajes, estilos de vida, actitudes y expectativas no tienen nada que ver con el modelo de alumno que las escuelas y los maestros esperan que la sociedad les entregue, para convertirlos en sujetos, ciudadanos y productores.
Fuera de la escuela, la gimnasia parece gozar de buena salud. Sin embargo, por una parte, la mayoría de los que la practican no suelen advertir los mecanismos de manipulación que pone en marcha la sociedad de consumo, exaltando con devoción la imagen personal, en lo que parece constituir el último paso en la transformación de lo sujetos en mercancías. Y, por otra, los profesores e instructores se muestran más dispuestos a adherir a franquicias, sistemas y modelos poco críticos que a desarrollar una especie de donjuanismo intelectual que les permita organizar sus clases con derroche de imaginación, en el aquí y ahora, agotando lo dado en cada encuentro, pensando en cada alumno y no en el futuro del “negocio”. O en el crecimiento de su imagen profesional, preocupados solo por transformarse ellos mismos, en un producto digno de ser consumido.
Existe, todavía, otro argumento a considerar, si de hablar de gimnasia se trata. Comienzo a desarrollarlo con una pregunta casi inevitable:

¿En qué instituciones se forma para enseñar a enseñar algunas de las tantas manifestaciones de la gimnasia?

Básicamente, en los profesorados y Escuelas Universitarias de Educación Física y en los instructorados de aeróbica, de Yoga, de Pilates o de gimnasias alternativas.
Lo interesante es que tanto en las instituciones con mayor rigor académico como en otras, que no lo poseen en igual medida, se invisibiliza la enseñanza de algunas escuelas y métodos de gimnasia de gran interés, porque no son demandadas por el mercado o porque no responden a justificaciones basadas en la tradición o en principios educativos.
Si se acepta tal invisibilización, se abre un espacio para el análisis crítico, dado que es posible que una institución que se dedica a enseñar gimnasia, lo haga siguiendo lógicas que merecen ser revisadas. Por ejemplo:
1. La lógica del punto de vista, indica que la mejor gimnasia es la que se vende más.
2. La lógica del mercado sugiere que si una gimnasia es la que más se vende, debe ser lo mejor.
3. La lógica a la que llamaremos pedagógica, la que domina en los Institutos de Educación Física y las mismas Escuelas Universitarias, también merece análisis porque esas instituciones han sido muy reacias a los cambios. En muchas de ellas parece imperar un principio que indica: “Cada profesor de la cátedra de gimnasia, tiene total libertad para enseñar el tipo de gimnasia que más le guste, más domine o le parezca más necesaria para las necesidades futuras de los estudiantes”. Tal libertad se ejercita, por lo general, por fuera de una presentación curricular cumplimentada únicamente por razones burocráticas.
Como consecuencia, desde hace muchos años, en la mayor parte de los profesorados de Educación Física, se privilegia la enseñanza de las gimnasias Deporte. Valiosas, sin duda, pero en absoluto las únicas que deben merecer atención. No hay que creer demasiado en ciertas lógicas. Existen, ciertamente lógicas ilógicas.

El vaciamiento del sentido de las prácticas
En la diversificada cultura de lo corporal actual, que mencionaba más arriba, existen propuestas en las que se produce un vaciamiento del sentido de las prácticas. Muy sintéticamente, tal vaciamiento se produce porque vivimos en un tipo de sociedad que posibilita la satisfacción instantánea de los deseos, lo que acaba con la ética de la postergación de los mismos y con la noción de que el esfuerzo es imprescindible para conseguir todo aquello que vale la pena alcanzar. Un tipo de sociedad en la cual:
1. La búsqueda del placer parece ser la única meta de la vida.
2. La autorrealización, tan declamada, solo se alcanza cuando se puede consumir en forma irrestricta.
3. El hedonismo desenfrenado se convierte en la última justificación moral y cultural a la que puede apelarse.
Por eso, en mi opinión, debemos preguntarnos constantemente tanto sobre los límites y alcances de nuestras propuestas, cuanto sobre el cómo hacerlas sin cegarnos con el resplandor del presente.
Esta gimnasia en los márgenes, tal como la estamos pensando:

· La vislumbramos capaz de dialogar tanto con el arte, como con las ciencias. Tanto el primero como la segunda, parecieran, a veces, hermanitos desencontrados que siguen caminos que no se aproximan jamás. Hasta que se descubre que buscan lo mismo: Entender (nos), comprender (nos), emocionar (nos), conocer (nos), explicar (nos).
Las ciencias biológicas, inclusive, son un fundamento importante, pero no reside en ellas, en exclusividad, el sentido ni la verdad de lo que hacemos los maestros del cuerpo. Dado que el tema es motivo de frecuentes divergencias, agrego unas consideraciones que pueden servir para profundizar el significado de la particular disponibilidad corporal del ser humano.

Los seres humanos estamos programados en cuanto a seres pero no en cuanto a humanos. Los animales están programados para ser lo que son, hacer lo que hacen y vivir como viven. Nosotros, en cambio, también recibimos nuestra dotación genética, también estamos programados pero en una medida diferente: nuestra estructura biológica responde a programas estrictos, no así nuestra capacidad simbólica. De la que dependen, por ejemplo, nuestras acciones. Es decir aquella intervención sobre lo real que significa desear, seleccionar, planear e innovar. (Acciones, en el sentido que aquí le damos al término, es lo contrario de un programa).
Una de las diferencias orgánicas fundamentales entre el ser humano y cualquier otro animal reside en su casi absoluta ausencia de especialización en lo corporal. Casi todos los animales parecen poseer “tecnología de punta”, son capaces de cumplir tal o cual tarea maravillosamente bien. En cambio, en el sujeto humano, miembros, órganos y sentidos están mucho menos adaptados para tareas específicas. Somos anatómicamente pobrísimos. No tenemos ni garras, ni dientes tan fuertes, ni el olfato del perro, ni vemos de noche, ni tenemos la velocidad del guepardo, ni saltamos tan alto como una pulga, ni levantamos la carga de una hormiga.
Pareciera que tenemos una herencia genética chapucera. Somos, en muchos sentidos, inacabados. Poseemos, sin embargo, una inmensa disponibilidad corporal general que nos permite reemplazar nuestras carencias y limitaciones con el cuerpo, con inventiva, creatividad, capacidad de improvisación, originalidad y una riquísima gama de posibilidades y variables..
De manera que la búsqueda pasa por apostar no sólo por lo orgánico, sino también por lo genuinamente corporal, no encadenando al hombre en exceso a su patrimonio biológico. Posee tal patrimonio, cuenta con una programación biológica básica en cuanto ser vivo, es cierto. Pero debe auto programarse como sujeto humano. En ocasiones, esta auto programación humanizadora implica una cierta desprogramación “animalesca”. Como cuando juega contra los instintos por medio de una contraprogramación simbólica.
Es que la vida que intentamos conservar y perpetuar no es un mero proceso biológico sino un devenir de juegos simbólicos que nos constituyen- el lenguaje es el primero y más básico de todos ellos- que se entrecruzan en forma de memoria, de comunidad, de códigos, de visiones de futuro, de búsquedas de sentido que acreditan lo irrepetible y único de cada persona, que sólo puede constituirse como tal para semejantes y entre semejantes.
Habrá que arriesgar a construir clases en torno a ideas riquísimas desde el punto de vista de las experiencias corporales, intelectuales y relacionales que se propongan, apostando a que los mejores antídotos contra la tiranía de los fines son el placer, la alegría al entrar en acción, los vínculos que se tejen y el imprescindible aprendizaje. Aprendizaje que sucede muchas veces como un acontecimiento y que debería permitir transformar el malestar en bienestar y la mentira en verdad.
(Digo que el aprendizaje sucede muchas veces como un acontecimiento porque todo acontecimiento se rige por el principio de la incertidumbre, en términos de significación ¿O no es frecuente que el aprendizaje aparezca sin que el maestro sepa por qué o cómo? Inclusive sin su presencia o aun pese a su presencia).
· Una gimnasia en los márgenes, debería construirse alejada de todo cientificismo pero no de una sólida actitud científica que le permita, entre otras cosas, interpretarse y reinterpretarse permanentemente, Aproximándose así a una suerte de contra cultura de lo corporal, capaz de rechazar esa lógica hipertrofiada del mercado que sólo otorga valor a los cuerpos siempre magros, siempre jóvenes, siempre hermosos. O sea, a los cuerpos rentables.
· Puede disponer de esa manera, de una mirada más crítica sobre los mecanismos de manipulación que sobre él pone en marcha la sociedad de consumo.
· Considera que no existe una unidad monolítica en la gimnasia, ni tampoco de otras prácticas. La gimnasia se compone de mutaciones cortes, reinscripciones, desplazamientos. No muestra ni siquiera una consistencia homogénea como para que pueda hablarse de una gimnasia inapelable.

¿Hay espacio para enseñar tal gimnasia, que se ubica claramente en zonas no transitadas y ni siquiera autorizadas?
De eso se trata. De darse permiso para transitar esas zonas. Aquel que se lautorice, deberá mirar con firmeza el mundo de su tiempo, y alejándose de lo convencional, deberá explorar las zonas limítrofes de una enseñanza que merece tal intento por la riqueza de sus contenidos:
· Inclusive para traer al presente lo arcaico de un pasado no vivido, pero digno de ser recuperado.
· Inclusive rechazando las coartadas ordenadoras de las clasificaciones que nos sirvieron ¡y vaya si nos sirvieron! para resaltar que ese pasado es una maravillosa herencia con la cual hay que conversar, con la mirada puesta en el presente y en el futuro. Si el diálogo es bueno, surgirán mil y un aspectos que resultarán apasionantes y que interesan hoy.
Es que los historiadores no tienen el monopolio del pasado. Cualquier grupo social puede reinventar la historia. Es pasado es de todos y cada uno lo explora, lo usa y construye versiones de acuerdo con sus propias necesidades, sus propias visiones, sus propios prejuicios. Tal proceder no está ni bien ni mal, sencillamente es así. El problema aparece cuando esas visiones son impuestas como verdades absolutas por alguna forma de poder. Eso sí: tal exploración puede culminar más en un relato gimnástico sin pretensiones de objetividad total, que en una historia de la gimnasia, basada en hechos documentados, con decidido empuje objetivo y que intenta alejarse de toda presión ideológica.
Queda claro que no tomo distancia de los conceptos y principios expresados en “Gimnasia Formativa” y en el “Futuro Anterior” pero sí voy a sugerir nuevas significaciones.
Prefiero incorporar a distanciarme. No me alejo de los “núcleos duros” que propuse en esas interpretaciones de la gimnasia, que insistían en un ordenamiento de las clases capaz de reubicarlas en su lógica de intencionalidad y sistematicidad. Decía que manteniendo tales núcleos, resalto ahora el impacto que debe tener la clase sobre la relación que cada uno establece con su propio cuerpo, con los contextos sociales y culturales inmerso en los cuales vive y con los otros, dado que son ellos los que otorgan sentido a nuestra manera de estar parados corporalmente en el mundo.

¿Cómo pensamos las clases?
Primero que nada, llenas de imaginación. De manera que se pueda decir sin miedo que son divertidas y placenteras pero, al mismo tiempo, se aprenda en ellas saberes del cuerpo considerados valiosos.
En torno a lo divertido, menciono al miedo, porque en la Educación Física siempre hemos estado más cerca de arengar a los alumnos con un:
“! Vamos a trabajar!” que con un “!Vamos a jugar, a divertirnos, a aprender!”. Por eso me parece especialmente importante lo dicho por C. L. Soares: “La diversión en las clases de Educación Física, ha sido una dimensión de la vida a ser controlada, dado que significa un desvío de algo útil, por algo inútil”. Por eso, las clases deben ser atrapantes, llenas de risas, sonrisas y caras alegres. Pero consistentes.
Clases en las que aparezca permanentemente la novedad; la complejidad estimulante; el respeto por la diversidad de género, de pertenencia social y de biografía corporal. Respeto que le permite al maestro no escuchar al decrépito fantasma costumbrista que le susurra que es más sencillo organizar las lecciones con idénticas dificultades e intensidades para todos los participantes. Clases en las que se estimula la atención de los participantes en las propias acciones corporales, hasta que lleguen a ser verdaderos observadores de su cuerpo en movimiento; en las cuales la estructura organizativa es pensada para desarrollar la capacidad de elección y decisión ( en cuanto al volumen, intensidad y dificultad de las cargas que se elijen, por ejemplo) ; clases en las que siempre surge la sorpresa ante las renovadas propuestas; aparece el desafío de las “pruebas” y habilidades presentadas como problemas a resolver; las variadas coreografías enseñadas para desarrollar el ritmo grupal y la capacidad de elaboración personal; la excitación y el vértigo de los equilibrios en el suelo y sobre superficies elevadas; los trastornos laberínticos de los giros; las sensaciones de velocidad y aceleración en las carreras; los impulsos externos al propio cuerpo como los que pueden proporcionar las fuerzas de los compañeros o implementos elásticos; las posiciones invertidas otrora prohibidas porque invertían el orden lógico del mundo; los deslizamientos; los rolidos y rodadas; las patinadas; el placer de los grandes balanceos; el ansia de volar cuando sólo se puede saltar...
Habría que tener presente un dato alentador: los practicantes actuales, cualquiera que sea su lugar de desempeño, están demostrando la existencia de un gusto por comportamientos, prácticas y formas de apreciarlas que significan un nuevo universo de valor con el cual evalúan las propuestas. No solo están cambiando las ofertas de expresiones de la cultura corporal, más o menos manejadas por el mercado: también los están haciendo las modalidades de fruición, por eso el auge por técnicas menos comercializadas, denominadas precisamente por eso gimnasias alternativas y todo lo referido al baile y la danza, practicadas a nivel de disfrute y no profesional Podemos apostar a ello y seguir reinventando la gimnasia.

Los alcances de la propuesta
Me parece que es un buen momento para avanzar hacia una nueva etapa de la gimnasia, que todos los que la enseñamos podemos aspirar a construir un poco. Por ejemplo, cada vez que damos clase y nos sentimos libres y creadores. Aunque no siempre se consiga ni una cosa ni la otra.
No está en mi animo, por cierto, hablar de nuevos paradigmas, etapa superadora, método renovador o cosas por el estilo. Mi laboratorio es el gimnasio, pruebo clases todos los días y aquí comparto algunas búsquedas con los lectores. Eso es todo.
Me alcanza con que la propuesta sea analizada por aquellos siempre dispuestos a encontrar caminos mejores para enseñar saberes del cuerpo. Las teorizaciones deben desmitificarse al mismo tiempo que son creadas, para evitar dogmatismos que se transformen en caricaturas de las ideas.
Finalmente, la libertad y la creatividad no se encuentran, se construyen a partir de lo pequeño y lo próximo. Claro que la apropiación de tal estilo exige destrucciones y rechazos de modelos internos que no todos estamos dispuestos a aceptar porque primero, hace falta asumir que lo importante no es ni siquiera la gimnasia. Importante es estar contento con lo que se transmite, con lo que se entrega. El saber que lo que uno hace, es alegría y aprendizaje para otros.
Como siempre, me parece necesario recordar que al argumentar sobre la necesidad de una nueva vuelta de tuerca sobre la enseñanza de la gimnasia, no puede soslayarse hablar desde la época que transitamos. Época en la que parece tan crucial marchar hacía la búsqueda de sentido, como hacia la búsqueda de argumentos que permitan nuevas interpretaciones de las clases. Por eso, centrar la Gimnasia en los márgenes en la pura racionalidad, no es lo que más me interesa, sino redescribir sus prácticas y sus metas. La racionalidad puramente realista es la forma rígida de la inteligencia, la línea muerta de su encefalograma, decía Baudrillard.
Se trata de situarse en un nuevo horizonte, no ya ahistórico, y animarse a enseñar una gimnasia capaz de trascender lo meramente orgánico para hacerse más corporal.
Se trata, en síntesis, de volver al pasado- un trabajo histórico de alguna manera- para que emerja lo nuevo. Como diría Proust, el pasado no se reconstruye sino que se construye un contexto en el cual el pasado vive en lo nuevo. Es un volver para atrás para hacer visible hoy lo que ayer era invisible.

La última palabra

Buena cosa es la última palabra. Su existencia debería ser reconocida y agradecida, ya que sin ella nada seríamos, salvo un parloteo insufrible y sin destino alguno. Sin palabra última, las discusiones, las reuniones empresariales o de consorcio y hasta las asambleas de todo tipo serían tan sólo palabrerío, una acumulación del decir por el decir mismo, que agobiaría hasta la muerte.
En la familia, los padres son los dueños de la última palabra. Y en buena hora. Sin esa posibilidad paterna de pronunciar la palabra final, la familia no sería familia y las cosas se complicarían como, de hecho, se complican cuando hay deserción a la hora de pronunciar la palabra que redondea las cosas.
La última palabra es la que sale al mundo del acto, dejando detrás de sí el acumular de ideas y enunciados, y eso bien que lo agradecen los hijos, ya que les recuerda aquel pujo final que por fin los hizo descubrir la luz y la ley de gravedad.
Sin ella, las palabras previas son mera especulación o expresión de deseo y no el prenuncio de la consumación. La última palabra se hace cargo del deseo (no sólo lo expresa o describe) al iniciar el camino hacia su meta, asumiendo los riesgos del caso.
Decir a los hijos "no sé todavía qué hacer de comida hoy... ¿A vos qué te gustaría?", es un paso previo al posterior y definitivo pronunciamiento: "Hoy comemos milanesas", sea o no sea ése el deseo expresado por el hijo al ser consultado (de forma no vinculante) al respecto. La penúltima palabra puede ser amiga de la última al ofrecerle alternativas, y no es necesariamente su competidora.
La palabra final tiene otro uso: sirve para que los hijos tengan una referencia inicial, aun cuando le lleven la contra. Y siempre es mejor que un silencio claudicante y acobardado de parte de los padres: la última palabra paterna salva a miles de chicos y chicas de la indefinición agobiante que sufren los hijos del titubeo.
Hay varios problemas en relación con la última palabra. El principal es que suele confundírsela con la única palabra.
Mientras la última palabra está habitada en su ADN por las que la precedieron (la antepenúltima, la penúltima etc.), la única palabra no tiene más que su propio eco como referente.
Así como la última palabra nace de un vínculo con un otro y marca un derrotero a partir del mismo, la única palabra es una suerte de oveja Dolly del lenguaje, porque nace de sí misma, sin un "otro", y de allí su esterilidad, su carencia total de horizonte fecundo, su egoísmo.
La última palabra es la de la autoridad. La única es la del autoritarismo. La última palabra se abre al mundo, en tanto que la única pretende ser el mundo. La última palabra surge de un vínculo con otro, aun cuando ese otro genere conflicto, como lo que ocurre, por ejemplo, en la adolescencia de los hijos, cuando ellos ponen a prueba esa última palabra de los padres tratando de confirmar si esa pronunciación es o no, realmente, la última.
La única palabra, en cambio, mata la alteridad, y genera en los hijos una sensación muy dura y desértica de no existir como sujeto y de ser mero objeto del deseo parental. Es la voz del narcisismo que roba energía ajena, la del que no quiere a nadie acompañándolo en el paisaje, sino que busca sólo su propia imagen en el espejo. Es la palabra del tirano, del padre terrible que transforma en cosa a su hijo, y al universo, en extensión de sí mismo.
Los hijos, en su pretensión de poner a prueba el poder de sus padres (para, llegado el día, hacerlo propio), suelen acusar de autoritario al uso de la palabra última, y pretenden que la última sea la de ellos. Uno de los trucos propios de los chicos es acusar de autoritaria a la última palabra de sus padres respecto de algo.
En esos casos, muchos padres, con tal de no ser acusados de tener el monopolio de la palabra, se transforman en mudos, dejando en manos (en boca) de sus hijos la palabra final, que, en esos casos, suele ser tan sólo grito y pataleta sin razonabilidad alguna.
Todo esto trae una paradoja. Luego de recibir lo que en realidad no querían (la posibilidad de tener la última palabra), y asustados de su propia orfandad, los chicos suelen transformarse en autoritarios de verdad, con los problemas que eso apareja a la vida de relación, tal como se ve en la problemática del "niño tirano" que aqueja a millones de familias modernas.
Pensándolo bien, quizá la última palabra no exista de verdad como tal y sea tan sólo una suerte de mito. Es que, como se dice de la Utopía, una vez pronunciada, la última palabra se transforma en primera, en palabra inaugural que habilita a los hijos a emprender su camino con una referencia real y definida sobre la cual hacer pie en el mundo.
La última palabra se derrama en los hijos como una herencia que ellos, algún día, harán propia y transformarán de acuerdo con su propio arte.
En cambio, la única palabra deja sólo orfandad y desierto en los hijos, quienes deberán abrirse trabajosa y dolorosamente a un horizonte nuevo en el que la autoridad no sea malversada por el egoísmo, el miedo y el desamor.
Por Miguel Espeche para el Diario La Nación.
El autor es psicólogo, especialista en vínculos. Su último libro es Criar sin miedo .