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miércoles, 4 de febrero de 2009

¿ Educación Física ? No voy a clases. Me aburro.


O vienen porque es obligatoria, por la falta o por la nota. Pero se aburren y se nota; sobre todo en el nivel medio. Como consecuencia, en encuentros, reuniones y cursos, la pregunta se repite… ¿Que hago con chicos aburridos, apáticos y desganados a los que parece no interesarles nada?
Como en tantos otros casos, sugiero que el problema empieza a transitar su solución cuando:
1. Comienza el análisis por nosotros mismos. A lo bruto diría: “No existe una Educación Física aburrida. Existen profesores que están aburridos”. Se puede ser serio en la comprensión de los alcances de la tarea de un maestro del cuerpo, sin ser solemnes y “plomazos” al dar clase.
2. Continua analizando una vez más, el contexto social, político, económico y cultural en el que estamos inmersos y del cual formamos parte. La comunidad actual- vale la pena tenerlo presente- no se construye en torno a sentidos y significaciones compartidas con los alumnos, sino que se conforma en torno a lo virtual y al consumo. Sin sentidos y significaciones compartidas… ¿Cómo llevo adelante mis prácticas, de raíz pedagógica, basadas en un discurso presumiblemente expuesto en la primera clase, sin mayores repercusiones? Es decir, no entusiasmó a nadie.
3. A continuación- y el orden refiere nada más que a la situación/ problema que estamos analizando- miro a los chicos y sin ponerme adulto céntrico haría bien en admitir que no es cierto que no les interesa nada. ¿A cuál de ellos no les interesa la música, el baile, el sexo, la tecnología, la televisión, el fútbol y los deportes, la moda, la ropa y estar con sus pares?
4. Por último vayamos a la propuesta de clase que hacemos. Ahí está la madre del borrego. ¿Es divertida o aburrida? ¿Tiene que ser “divertida” o es cierto que quien quiere relacionar educación con diversión, no sabe nada ni de una cosa ni de la otra? ¿Es lo mismo una clase en la que el placer tiene un lugar destacado, que una clase divertida? Una clase en la que los alumnos se esfuerzan intencionadamente en función de un programa individualizado que es comprendido y aceptado por todos… ¿Es una clase aburrida?

Acerca de lo aburrido, lo divertido y lo tedioso.

Analicemos un poco palabras tales como diversión, aburrimiento y tedio. Primero lo intentaremos desde una mirada más filosófica. Luego, desde supuestas patologías de los chicos. Una mirada más psicopedagógica, podría decirse.
Divertirse que, etimológicamente, significa “apartarse de”, parece ser obligatorio en nuestra cultura; hasta el extremo de que suene admisible que al divertirse uno puede poner en riesgo la propia vida, o que resulte cotidiano que muchos se empeñen en divertirse “hasta morir”, como lo hacen tantos adolescentes que llegan a las guardias de los hospitales, los fines de semana, en coma alcohólico profundo. Las personas, las cosas, los trabajos, las relaciones con los otros tienen que ser “divertidos”. Vemos un programa de televisión de patética vacuidad y exclamamos ¡Qué divertido!
En lo que a mi respecta, la cuestión tiene sus años. Cuando comencé a entrenar rugby me sorprendió una repetida muletilla: ¡Yo juego al rugby para divertirme! La frasecita se las trae. Por ejemplo, siempre quise preguntarles a los que sustentaban tal teoría, por qué, si ellos jugaban para divertirse, pedían explicaciones cuando los ponían en intermedia y no en primera. Pero el tema quedará para otra vez, precisamente por los vericuetos que tiene.
Aburrimiento y tedio no son sinónimos. Parece claro que nos aburrimos cuando lo que hacemos se torna monótono y repetitivo. El tedio, en cambio, “se origina en el vacío de una vida sin propósito, de un viaje existencial carente de brújula”, dice Sergio Sinay.
En torno a lo divertido existen algunas confusiones que vale la pena tratar de aclarar. Se confunde diversión con falta de esfuerzo, de compromiso, de profundidad. Es divertido lo que no nos obliga a pensar, a sentir, a trabajar por un vinculo, a examinar nuestro verdadero rostro, oculto tras las mascaras que nos ponemos todos los días y el mejor antídoto contra lo aburrido consiste en hacer “cosas divertidas”. La noción de ocio como espacio de reflexión y búsqueda interior, suele resultarnos tan ajeno como para ponernos ansiosos si en vacaciones, a los dos días de llegar, no tenemos la agenda completa con invitaciones y compromisos.
Habría que aceptar que aburrirse es parte de la vida. Es inevitable. No es consecuencia de una manera equivocada de vivir. Sólo se divierte de verdad, aquel que acepta aburrirse. Uno de los tantos opuestos complementarios. El tedio, en cambio, tal como ya dije, es harina de otro costal. Es parte constitutiva de una vida a la que no se le encuentra sentido.
Analizando el aburrimiento desde el otro punto de vista mencionado, digamos que en condiciones de instituciones sólidas, en condiciones modernas, el aburrimiento se estructuraba mediante la prohibición- no me dejan ir a jugar porque me porté mal, me castigaron y me aburro en casa- . Existe un mundo interno que no puede expresarse y de ahí el aburrimiento.
Hoy, en la modernidad tardía, en cambio, se sufre por saturación de estímulos; no se logra procesar toda la información que inunda al sensorio. En esas condiciones el mundo interno no puede constituirse.
Dos figuras, familiares para nosotros, son consecuencia de la saturación mediática: los hiperkinéticos y los aburridos.
En los aburridos la saturación produce desconcentración. El sensorio hipersaturado se repliega. La actitud es “estar en otra”, “n o dar bola”. Es algo así como una fuga ante la desmesura de los estímulos.
El polo opuesto es el hiperkinètico. Los trastornos por déficit de atención han aumentado (ADD) en los chicos actuales. El síndrome de hiperactividad, que es su consecuencia, se hace cada vez más visible en el contexto escolar, en el que se requieren dosis de atención y concentración de las que la mayoría de los chicos actuales carece. Sucede que el entorno informacional lo requiere a “mil por hora”, hiperconectado, sobre estimulado, sin poder quedarse quieto.
Si aceptamos la hipótesis de que la hiperactividad o el aburrimiento se deben a la relación que se establece con los entornos informacionales y que esa relación es un rasgo de subjetividad contemporánea, se cae la teoría de considerar el ADD como un síntoma que expresa un desorden o una falencia familiar.
Se trataría, ni más ni menos, como uno de los modos en que configura esa subjetividad contemporánea. Que esa configuración no sea la adecuada para el desempeño escolar es otra cosa. Desde luego, habrá que tratar y pensar sus consecuencias en un entorno pedagógico. Pero hemos cambiado el enfoque. El horizonte de la patología se desdibuja y disuelve.
Por consiguiente el desafío que se nos presenta es precisamente el que plantean los docentes con sus preguntas… ¿Cómo educar al aburrido? Al menos ahora sabemos que esa figura del aburrido es sintomática de la manera en que hoy se construye la subjetividad. Y también sabemos que debemos seguir tratando de responder las preguntas siguientes: ¿Qué hace la escuela con el aburrido? ¿Cómo es la pedagogía del aburrido? ¿Que estrategias propone la educación física? ¿Qué se hace con un chico que está hiperconectado, abrumado, saturado? Trataré de sugerir algunas ideas.


¿Qué se puede hacer?

Ayudar a los alumnos a construir sentidos nuevos y no solo en lo referido a lo corporal, es parte de nuestra tarea. Lo que creo que puede hacerse comienza con esta comprensión. Hace falta aceptar que no sólo es válido sino imprescindible que nos preguntemos: ¿cuáles son los mejores tipos de vida para las personas en general y para mis alumnos en particular y cómo puede la educación física, como parte de las intervenciones sociales que realiza, facilitar que todos puedan construir dichas vidas para sí?
Como inicio, puede parecer confuso. No importa. La confusión es el comienzo de la sabiduría. Ya sería importante que ayudemos a nuestros alumnos a preguntarse sobre lo valioso, en un sentido ético. ¿Qué valor le otorgan al cuerpo? ¿Viven en torno a tal valor, es decir, cuidan su cuerpo de manera adecuada? ¿Qué relación tiene con la droga, el cigarrillo, el alcohol, la comida? ¿De qué manera tejen sus vínculos amistosos y amorosos? ¿Cuánto saben de sexo seguro? ¿Cuánto de enfermedades de transmisión sexual y de las consecuencias de los embarazos prematuros? ¿Cuáles son los reales valores del deporte? ¿Para qué y por qué ejercitarse corporalmente? ¿Qué ventajas pueden de verdad obtenerse? ¿Cuál es el valor del juego limpio, por ejemplo? O ¿cuál es el valor de respetar la regla acordada al jugar?
Ahora bien cuando desde la educación hablamos de ayudar a construir sentidos nuevos no es para imponer a los aprendices una serie de principios “partidarios”, sino para que desarrollen sus poderes de reflexión y la invalorable capacidad de pensar por sí mismos.
No es cuestión, entonces, de imponer que concebir divertirse como apartarse de todo lo que signifique esfuerzo, estudio y compromiso es un error. Tanto como, desde nuestro lado, suponer que en una clase de Educación Física si no se sufre no sirve. Pero sí podemos ayudar a reconocer y apreciar puntos de vista alternativos, mostrar por qué es importante el respeto al acercarse a los otros, insistir en ayudar a pensar sobre las consecuencias de las elecciones y opciones personales, darles acceso a las múltiples posibilidades que existen cuando cada vida es vivida en un contexto de afecto y simpatía por el otro. Estas sugerencias no son prescriptivas, sino descriptivas. Se basan en las enseñanzas de la historia que han ilustrado perfectamente qué cosas conducen al florecimiento humano, y cuáles a su decaimiento. Una educación corporal, tal como la estamos concibiendo muchos de nosotros, es ideal para llenar nuestras prácticas de estas ideas.
Propongamos proyectos que comiencen en el propio cuerpo y se abran a los otros, proyectos que nos hagan mejores y mejoren el mundo. El problema del aburrimiento comienza en nosotros. No es cuestión de cambiar de pareja, de trabajo, de amigos, de barrio. O de canal y terminar viendo zapping. A veces hace falta un cambio pero, por lo general, conviene una revisión interior cuando uno siente que se aburre.
En una próxima nota continuaré con otras sugerencias.