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jueves, 24 de septiembre de 2009

Prohibido escribir en las paredes


Sobre el conflicto entre el Gobierno y Clarín , lo primero que salta a la vista es la oscuridad de los términos. La sociedad no entiende este conflicto. Es cierto que la prensa y el Gobierno nunca se llevaron bien, y los Kirchner siempre se expresaron con desprecio sobre los medios, cuya función crítica -elemental en una democracia- no comprenden, y si la comprenden, no la admiten.
De todas maneras, Clarín no había merecido los ataques personalizados del Gobierno, reservados en otro tiempo a LA NACION. Tampoco el diario fundado por Roberto J. Noble era particularmente crítico. Por otra parte, Clarín fue históricamente un diario informativo, y sus opiniones solían manifestarse en la elección de títulos o tipografías, lo cual, dicho sea de paso, no deja de ser una manera de opinar.
La legitimidad de la reforma de la legislación sobre medios audiovisuales es inobjetable. El contenido de la reforma es opinable, y también lo es la oportunidad. ¿Por qué ahora y no dentro de pocos meses?, pregunta la oposición. Bien, dicen en el oficialismo, ¿por qué no? En todo caso, la oportunidad de un hecho político la determina quien tiene la facultad legal para producirlo. Y ése es el titular de las mayorías parlamentarias.
No es eso lo criticable. Lo criticable es entrelazar la reforma con una querella personalizada y con el ataque concentrado y violento a un diario. Al rebajar el proyecto reformista a esta dimensión de ring, el Gobierno bastardea un proyecto que debería ser basal. Y genera sospechas. El oportunismo con que rodeó el Gobierno la reforma de los medios audiovisuales hace recelar que pretende para sí lo que critica en otros. Un gobierno que discrimina la publicidad oficial a favor de medios adictos no puede legislar sobre materia tan álgida sin despertar la sospecha de que apunta a restringir la libertad de informar.
En 1945, el político Roberto J. Noble fundó un diario junto con algunos veteranos redactores de Crítica , ya en declive desde la muerte de Natalio Botana, unos años antes. Aquel primer Clarín tuvo unos comienzos algo grises, hasta que, en 1951, el peronismo expropió La Prensa , que concentraba el gran mercado de los avisos clasificados, y se la dio a la CGT. La Prensa era el diario más leído de la Argentina, sobre todo por los avisos clasificados. Los miles de lectores populares que compraban La Prensa por esos anuncios se pasaron a Clarín y cuando, en 1955, La Prensa fue devuelta a sus dueños, el público ya se había acostumbrado a leer los clasificados en Clarín . Desde entonces, el diario de Noble no dejó de aumentar su tirada. Y, en los últimos años, no dejó de expandirse en múltiples negocios.
Sobre un diario se pueden tener miradas críticas. Hay ya varios libros que ventilan la historia de Clarín . Algunos han señalado que una actitud permanente del diario fue su acriticismo con los gobiernos fuertes, en contraste con su criticismo frente a los gobiernos débiles.
No es propósito de este artículo entrar en tal perspectiva, sobre la cual sólo haré un señalamiento. Cuando se valora históricamente a un diario no debe olvidarse que es una creación colectiva, y que, tanto como la orientación de sus dueños, o directores, importa la manera con que redactores, cronistas, columnistas, ilustradores y diagramadores se comunican con el lector. Un diario nunca es una entelequia. Un diario es como un hombre: nunca es un bloque inmóvil, siempre es un conjunto de señales, a veces contradictorias.
Tampoco conviene olvidar que, además de sus hacedores, un diario es la gente que lo compra, que lo lee, que lo incorpora en sus vidas. En tal sentido, Clarín son Roberto Julio Noble y Enriqueta de Noble, y los orientadores que el diario ha tenido, como Rogelio y Octavio Frigerio y Oscar Camilión, pero también son Clarín -para citar sólo algunos nombres- quienes han llenado sus páginas: Raúl González Tuñón y sus crónicas, Ramón Gómez de la Serna y sus greguerías, Horacio Estol y sus artículos desde Nueva York, Horacio Altuna y sus dibujos, Hermenegildo Sábat y sus caricaturas, Diego Lucero y sus crónicas futboleras, Roberto Fontanarrosa y sus viñetas. Y el Clarín porteño que inventó Luis Cané y sigue fogoneando Cora Cané. Clarín es el dibujante Andrés Guevara, el inventor de ese hombrecito del logo del diario, un hallazgo de diseño incorporado ya en la vida cotidiana de los argentinos.
Cuando desde el poder se ataca indiscriminadamente al diario Clarín, no se debería olvidar que Clarín somos también, para bien o para mal, los millones de argentinos que, al despertar, vimos este diario asomando bajo la puerta de casa. Esto no excluye a quienes nos indignamos por las miserias del diario, lamentamos sus errores o cuestionamos sus opciones. También nosotros debemos reconocer el aporte que hizo Clarín a la cultura argentina.
La ley de medios audiovisuales, innovación legislativa legítima, ¿de qué sirve si se pervierte al convertirse en agresión? Pintadas, panfletos anónimos, aprietes, afiches denigrantes, ataques personales con olor a servicios de informaciones. La violencia verbal en boca del poder es peligrosa porque puede ser invitación a la violencia física. En 1924, el primer ministro de Italia Benito Mussolini denigraba en la tribuna a los socialistas y en especial a su líder, Giacomo Matteotti. Un día, unos hombres interceptaron en la calle a Matteotti en la calle, lo secuestraron y su cadáver apareció acribillado. El régimen repudió el crimen y pretendió otorgarle honores de Estado a la víctima. Pero, ¡el poder había sido el culpable!
Lo recuerdo, sin hacer comparaciones que no caben, a título de ejemplo histórico. El interventor del Comfer, en un programa de TV, ha tenido expresiones públicas deplorables, que desmerecen su por otra parte conceptuosa defensa del proyecto de ley. Ha dicho que las pintadas y los carteles contra el diario de los Noble son "una manifestación de democracia". Agregó que la tiza y la cal eran "una expresión del pueblo". Estas palabras agravian a miles de argentinos que alguna vez pintamos paredes porque no teníamos otro lugar donde escribir contra las dictaduras que nos aplastaban. Yo fui procesado y encarcelado por un decreto, el 4161, que criminalizaba el hecho de escribir palabras prohibidas. Entonces regía un poder usurpado. Ahora, todos podemos expresarnos, pero el que ensucia las paredes es el Estado. Que tiene una vasta cadena -equivalente a la que dice combatir- de medios a su disposición: agencia de noticias, canal abierto, radios, diario, revistas, una fortuna en publicidad oficial...
Encuentro una gran analogía entre lo que hace el Gobierno con los medios y lo que hace con el fútbol. Si al Gobierno le interesara mejorar el fútbol como práctica social, podría hacer muchas cosas útiles con 600 millones de pesos. Por ejemplo, combatir la violencia de las barras bravas, grupos criminales que cometen delitos impunes en las canchas, protegidos por los dirigentes. Esa violencia se ha cobrado ya 250 vidas... Sin embargo, el Gobierno ha preferido la demagogia de televisar fútbol a toda hora. A cambio, ¿les ha exigido algo a los clubes? ¿Por ejemplo, que erradicaran el crimen enquistado en ellos? No.
La FIFA estableció, en 2003, que los espectadores de fútbol, en todos los países del mundo, deben estar sentados. Es una manera de desalentar el vandalismo. El único país donde esa norma no se cumple es la Argentina. En la ciudad de Buenos Aires, una ley ordenó que el 75% de las entradas vendidas debían ser plateas. Sucesivas prórrogas han ido eximiendo a los clubes de esa obligación. El 20 de agosto pasado, mientras el país discutía la ley de prensa, la Legislatura porteña, entre gallos y medianoche, aprobó una prórroga de la obligación de poner plateas... ¡esta vez hasta 2012!
Pero, ¿por qué los clubes no convierten las gradas en asientos? Porque prefieren comprar jugadores. Y porque consienten en que el fútbol sea como es. El presidente de un club de primera lo dijo sin pelos en la lengua: "Los hinchas prefieren ver el partido todos juntos y parados. En todo caso, las plateas las arrancan de cuajo y las tiran al campo". La decisión de la Legislatura de la ciudad -rescato a los once legisladores que votaron en contra de la prórroga- demostró una vez más que la política argentina no puede prescindir del fútbol.
Pero los dirigentes, tanto los de un club de fútbol como los del país, no están sólo para hacer lo que la gente quiere. Están para construir un país mejor. Si su acción merece la aprobación popular, mejor para ellos, pero si tienen que afrontar críticas o, incluso, si ello los convierte en impopulares, no debe importarles. Tienen que hacerlo. Jamás mejoraremos este país para nuestros hijos si sólo atendemos el rédito inmediato. Gobernar es trabajar para el futuro, diseñarlo, no meramente ganar las próximas elecciones.
Por Alvaro Abos, para el Diario La Nación

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