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martes, 1 de diciembre de 2009

Pildoritas

La filósofa y psicoanalista Judith Millar, hija de Jacques Lacan, de visita en la Argentina, fue entrevistada por el diario Clarín el 29 de Noviembre de 2009. Selecciono algunas de las respuestas que dio ante las preguntas del periodista. Elijo aquellas que me parecen especialmente significativas por las transferencias posibles a nuestro campo disciplinar. Como siempre y como precaución, advierto que pienso que la Educación Corporal tiene que estar muy atenta a lo que sucede en otras ciencias. Pero siempre tomando lo elaborado en otros territorios con valor de referencia y no con valor explicativo ni, menos, aplicativo.
  • No quiero que las respuestas sean equivalentes a decir: “Tenemos solamente a la enseñanza de Lacan; no tenemos que hacer nada más que repetir lo que él ha dicho”.
  • La profesión de psicoanalista requiere una formación larga, amplia, intensa, profunda, que implica que los analistas sigan sabiendo que tienen que no saber. Y deben saber que ellos no saben qué van a encontrar en cada paciente. Lo que permite que se sigan sorprendiendo.
  • Aunque es indudable el progreso de la tecnología y el desarrollo de la ciencia, el malestar en la cultura persiste. Ahora que la idea de progreso está en crisis, hay que recordar que tanto Freud como Lacan no se suponían progresistas. El malestar persiste por el inevitable hecho de que estamos condenados a ser humanos.
  • De una cierta manera, la infelicidad del capitalismo consiste en que cuando empieza a trabajar sobre un aspecto negativo para suprimirlo, lo refuerza. Sucede así con la exclusión, por ejemplo. Todos las medidas que se toman para disminuirla la aumentan. Y la precariedad aumenta en la medida que aumenta la promesa de seguridad. Pero pensar una vida sin seguridad, es pensar la vida como la muerte. Y, estar muerto para vivir bien es una paradoja.
  • Las neurociencias proponen tratamientos más breves que el psicoanálisis. Hay que recordar que el objetivo del psicoanálisis no es normalizar a nadie. Un análisis saca a luz la singularidad de cada persona que ha consultado. Es muy difícil saber quién soy yo. Una experiencia analítica permite ubicar cuál es mi deseo; si quiero lo que deseo. Eso toma tiempo. El apuro contemporáneo es profundamente antipático. Queremos ahora, inmediatamente lo que esperamos y es difícil no ceder a ese apuro. Pero el psicoanálisis no puede ceder a eso. Es una trampa. Cuando se echa al síntoma por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. Ese es un principio fundamental del funcionamiento de la repetición.

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