Leí en un diario durante el verano: "`La idea es no hacer incorporaciones', dijo el entrenador de Tigre en el regreso a los entrenamientos", y como título central: "Cagna no precisa refuerzos". La nota ocupa media página superior del cuerpo central del diario, incluida una foto, esto es, 22 cm. x 5 columnas. Suele decirse que la noticia es el avión que se estrella pero no los miles de aviones que cumplen su trayecto sin inconvenientes. Se puede añadir que el fútbol es la única actividad en la sociedad en que también es noticia el avión que llega a destino sin problemas.
Si se supone que la noticia es que tal o cual club logró incorporar un refuerzo importante para su plantel, en este caso la noticia de media página es que no hay refuerzos. Imaginemos las posibles "noticias": hoy no hubo aumento de precios; hoy no hubo atentados en Irak, hoy no hubo declaraciones del Presidente. Cierta vez, un periodista ironizó: "Hoy no hubo piquetes ni cortes de calles"; en este caso, la noticia era por la negativa, lo que era un modo de poner de manifiesto que la multiplicación de las protestas sociales les había quitado su sentido original: si hay tantas y tan seguido es como si no hubiera ninguna. Si uno lee un libro subrayando lo que considera más importante, y en una hoja subraya todo menos un renglón, produce el efecto inverso: lo destacado va a ser el renglón no subrayado.
El conductor radial Héctor Larrea solía contar una anécdota. Durante la Guerra de Malvinas, él estaba conduciendo un programa y llegó un reporte tremendo desde la guerra que enmudeció a todos en el estudio. Para salir del estupor, Larrea atinó a decir "vamos a la información deportiva" y conectó con un pobre tipo que estaba en el entrenamiento de un club de fútbol, que arrancó así: "Afortunadamente no hay lesionados en Quilmes". La anécdota todavía arrastra la tragedia de aquellos hechos dolorosos pero, como toda anécdota de interés, aún mantiene su sentido: pone de relieve la desmesura y el sobredimensionamiento del fútbol en el espacio periodístico.
El fútbol se trata, como es bien sabido, de once tipos que quieren hacerle goles a otros once tipos; esa actividad tan sencilla, con reglas que entienden hasta los niños, es la que se analiza con mayor precisión y detenimiento de todas las actividades de la vida social. Para una jugada contenciosa que se repite en todos los partidos y en todas las fechas, por ejemplo, si fue o no penal, se utilizan cinco cámaras desde ángulos diversos y es analizada por un panel de supuestos periodistas y ex-jugadores que se pasan una hora discutiendo sobre el tema. Si un extraterrestre se topara con uno de estos programas, pensaría que el fútbol es algo complejísimo. Como a esta altura ya seré sospechado de intelectual y de no comprender los fenómenos populares, me adelanto a decir -como el que, sospechado de racista, aclara: "yo tengo un amigo judío"- que a mí me gusta el fútbol. Pero detesto los negocios del fútbol; de fútbol, mientras menos se hable, mejor.
Un dictador
Imaginemos que en el país asume el poder un dictador extravagante y que, en medio de una serie de medidas más o menos delirantes, no prohíbe los partidos de fútbol ni el acceso a tales o cuales personas a los estadios; prohíbe que se hable de fútbol en los medios. Sólo se admitirá la escueta mención de las actividades del día, como la cartelera de cine o las farmacias de turno, y los resultados del día anterior. Probablemente, a los pocos días estallaría una suerte de mercado negro de la información futbolera, con la Internet al rojo y los blogs saturados, pero iría menguando con el tiempo; los clubes perderían el fabuloso negocio de la televisación de los partidos y entrarían en bancarrota; los jugadores migrarían a otros países en busca de mejores contratos; los entrenadores dejarían de vestirse en Armani; no habría cómo financiar a los barrabravas y a los matones, quienes golpearían despachos de políticos y empresarios en busca de otro trabajo honorable.
Los ciudadanos se librarían de los periodistas deportivos y volverían a hablar, por ejemplo, de Gimnasia, y no del "once albiazul"; volverían a decir que tal jugador lleva la pelota y no que "toma contacto con el esférico". Los futbolistas no serían amenazados por asesinos con recibo de sueldo ni hostigados por noteros que siempre preguntan lo mismo; las empresas se alejarían del devaluado negocio y las camisetas lucirían sin propaganda alguna.
Es posible conjeturar, además, que quienes menos sufrirían la despótica medida serían los clubes chicos, a los que se les da un espacio ínfimo en los medios y no televisan sus partidos. Los hinchas volverían a ir a la cancha, sabiendo que corren igual riesgo que si van a ver un partido de hockey sobre césped; después del partido, lo comentarían, casi clandestinamente, en un bar con amigos, en el trabajo, en una reunión familiar. También migraría hacia otras actividades más rentables la dirigencia de nuestro fútbol, con su séquito de acomodaticios, intermediarios, representantes y parásitos con celular en la oreja y carpeta con inminentes transferencias. La televisión buscaría reemplazar rápidamente al fútbol y nos saturaría con informaciones sobre rugby, yudo o natación.
La verdad es que no sé que haría usted, lector, si ese exótico tirano llegara a asumir el poder. Yo sí lo sé: me calzaría la gorra y volvería a ir a la cancha.
FUENTE: Diario El Día de La Plata. Por José Luis De Diego
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