Las sociedades posmodernas significan un tiempo de incertidumbre. Lyotard considera que la II Guerra Mundial puede marcar el inicio de esta etapa. Con la aplicación de la “solución final” y la aplicación de nuevas tecnologías no sólo en la guerra, sino para matar en masa o para destruir poblaciones civiles, queda claro que un cambio se está operando. Los ideales de la modernidad son abiertamente violados; ideales que estipulaban que todo lo que hacemos en materia de ciencia, de técnica, de arte y de libertades políticas, tienen una finalidad común y única: la emancipación del hombre.
La crisis de la modernidad, que se hace evidente sobretodo a partir de los años setenta, surge con la pérdida de credibilidad de las teorías sobre el progreso; con el declinar de los relatos filosóficos y religiosos; por el desencanto, en definitiva, ante nociones como la razón, la historia, el progreso o la emancipación.
Los grandes relatos, como decíamos, son reemplazados por pequeños relatos tales como la moda, el hedonismo, el culto al cuerpo, el individualismo exacerbado, la adicción por las pantallas, el estar comunicados, las relaciones amorosas con escaso compromiso, etc.
La organización de lo social se da en forma de red. La redes se conectan en base a nudos. Los nudos de la red serán las tribus y las bandas. Las tribus son microgrupos, no permanentes, de personas unidas por identificaciones- no por identidades comunes- y por valores determinados. Mientras que en la modernidad, para salvar la identidad es necesaria la pertenencia grupal, en el orden posmoderno la pertenencia es plural y cambiante.
En lo que respecta a la construcción social de los modelos corporales, la apariencia lo es todo. Proliferan las éticas fundadas en la estética. En la sociedad moderna, los cuidados de la apariencia corporal, que indicaban un nuevo estilo de vida no se difundieron por igual y significaron un signo de distinción que informaba sobre el grado de riqueza, posición, género, religión, edad, etc. En la sociedad posmoderna puede decirse que se produce un proceso de democratización corporal; cada vez nos identificamos más con esta “posesión” que nos representa y que se convierte en verdadero objeto de culto. Con todo, nada nos aleja de la construcción de un cuerpo productivo, disciplinado socialmente por un camino diferente, pero disciplinado, dócil a dictados ajenos. Es que el nuevo narcisismo hedonista, con el que identificamos el culto al cuerpo contemporáneo marcha también “en busca de la excelencia” , donde todo signo físico, forma, apariencia, porte, postura, moda, nos implica en un juego simbólico hipercompetitivo. La ética de la proeza, del desafío personal, la superación de límites, el riesgo, dibuja a la perfección la estética de los comportamientos. Parte de la explicación de los terribles accidentes protagonizados por jóvenes pasa por estos análisis.
Estos individuos narcisistas, propios de las sociedades postradicionales, se sienten responsables de sus propios cuerpos. Se impone un criterio de “gestión óptima” que otorga distinción social y reconocimiento “ético”, o bien le estigmatiza. Hay que preguntarse...el gordo de hoy, por ejemplo, ¿Ha renunciado a la delgadez? Muy bien. Nadie va a consolarlo diciéndole “vos sos un gordo bueno”. Su gordura sólo se debe a su debilidad de carácter o al mal gusto de clase. ¿Busca alcanzar esa delgadez soñada? Su perpetuo fracaso lo coloca implacablemente entre aquellos que no luchan o que siempre son vencidos.
Mariano Giraldes
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