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viernes, 25 de enero de 2008

El Humanismo Ayer y Hoy

“El hombre, aparentemente, no puede pararse maravillado frente a sí mismo, como un observador privilegiado de la vida detrás de sí, con la simple y humilde aceptación de lo que es”.

El hombre en acción. Un juego de sensibilidad y razón
Una mirada desde Friedrich Schiller
Introducción
La educación física actual, y mucho más la tradicional, responde en sus prácticas a un estilo más cercano a la coerción autoritaria que a la libertad racional de sus acciones. Su huella milicíaca ha dejado una impronta que aparece tan defendida por unos como detractada por otros. Pero ambas posiciones creen considerar que forman a sus profesionales con un sólido reconocimiento de los valores que la actividad física posee en la vida del ser humano, valores estos coincidentes con los de la educación en general, pero que en medio de las prácticas, son más declamados que visibles.
La simple relación de consignas dadas por el docente al estilo de órdenes orales de obediencia inmediata e indiscutibles de los alumnos, la frecuente presencia del fracaso asociado a la desobediencia corporal de lo esperado, el exitismo que premia el cumplimiento de las conductas motrices tal y como indican los modelos, la creatividad puesta al servicio de la eficiencia en el resultado del deporte y no del disfrute de la persona que así lo juega, la dificultad notable del encuentro del niño con las propias sensaciones corporales, la libertad observada como opciones circunscriptas por el adulto veedor, la dignidad restringida al valor del ganador ensalzando palabras como arrojo o valentía como sinónimo de soportar esfuerzos límites, etc. son algunas de las situaciones que la mayoría de las personas que han experimentado esta educación física pueden reconocer como reales.
Si bien esta disciplina pertenece al ámbito de la educación, “lo pedagógico” donde se valora lo humanístico como línea rectora, no ha germinado aún en las acciones educativas sin contradecirse en sus actos. Aún conociendo el peso del constructivismo en la educación, los valores de pedagogías como la Waldorf de Rudolf Steiner, no tan generalizadas pero funcionando en alrededor de 800 escuelas en el mundo desde hace ya 60 años, la educación física sigue regalando sus espacios a trabajos sobre la corporeidad, que han reconocido antes que ella los valores artísticos y terapéuticos además de pedagógicos. Estas miradas cada vez se encuentran más cerca de la verdadera concepción de lo humano en un estadio superior, y sin necesidad de declamarlo lo muestran en cada acto de una casi veneración de las actividades que proponen . Es probable que si fuesen reconocidas oficialmente declarándolas obligatorias para el sistema educativo, la educación física reaccionaría perdiendo su habitual soberbia y hasta su negligencia y acudiría con humildad a la búsqueda de esos saberes, o al menos, de su concepción de hombre. Sin embargo, mi idea no es remplazar a la educación física con las técnicas de las gimnasias blandas sino enriquecerla con una concepción más cercana a estas, en especial en lo que a cuidados del cuerpo como lo visible, palpable e inevitable del hombre, es.
Las ideas de Friedrich Schiller sobre el crecimiento de lo humano desde un estadio de existencia sensible a otro racional, privilegiando en ello al juego como el arte de armonizar la imaginación y el entendimiento, aparecen como claves para proponer una mirada diferente al planteo de esta disciplina intentando acercarla al disfrute de una libre elección de la vitalidad creadora.
La libertad de actuar y la necesidad de respetar normas responsable y voluntariamente para hacer de esa acción un acto de belleza, es una alternativa muy conocida en las rutinas de la gimnasia rítmica, pero que a través de la belleza de su expresión se busque al hombre plenamente humano y más aún, de carácter social, no es un concepto incorporado naturalmente en ellas. Y utilizo el término “incorporado”, de “in cuerpo”, entrado en el cuerpo, pues en la letra escrita siempre encontraremos generosos conceptos que nos convenzan que tales ideas… son realidades.
Y he aquí el nudo de la cuestión: una acción humana, planteada en la letra como tal, declamada en sus valores de socialización, de integración, de portadora de pacíficas relaciones comunitarias, con un alto componente de disfrute y considerada generadora de hábitos respetuosos de normas y reglas, en las prácticas se transforman en acciones casi opuestas. Y dice Schiller en su Carta IV, que el hombre puede contradecirse a sí mismo bajo dos maneras: como salvaje, cuando sus sentimientos dominan sobre sus principios y como bárbaro, cuando sus principios destruyen sus sentimientos. Y refuerza, en su Carta XXV cuando dice que
“La estupidez máxima y el entendimiento más elevado tienen entre sí cierta afinidad en el hecho de que ambas buscan lo real y son completamente insensibles a la simple apariencia”.
En las actividades gimnásticas con componentes expresivos, aún en las deportivas, como lo son las gimnasias Rítmica y la Artística, las características identificatorias giran en derredor de lo estético; sin embargo, la convicción incorporada sobre la supremacía de la valoración del resultado, detonan en sus practicantes la búsqueda de lo cuantitativo como en los deportes más masivos en los que se gana o se pierde por “tantos” o goles. Esto sucede aún, en estas gimnasias competitivas, cuyos objetivos se miden en logros de alta complejidad física y estética-expresiva, donde la originalidad es valorada con puntajes especialmente determinados en su reglamento llevando a sus entrenadores a incursionar en lo creativo; es en este panorama, que Schiller adquiere una vigencia que hoy considero pertinente.
El pensamiento de Friedrich Schiller
Considerando Schiller a la antigua Grecia como la etapa más niña de la humanidad, donde la vida transcurre en una armonía entre los hombres, los dioses y la naturaleza, cimentados en un ideal vivo en la comunidad y casi indiferenciados por su equitativa valoración, es posible comprender que el devenir histórico posterior, fuera para Schiller considerado un progresivo deterioro de aquella armonía que aún hoy, subsiste: “… la naturaleza griega, que estaba unida a todos los estímulos del arte y a toda la dignidad de la sabiduría, sin ser por ello su víctima, como la nuestra.”
Sin embargo, como el mejor de los maestros, recurriendo a la idea de posibilidad de algo nuevo y superior a partir de una crisis, tal pérdida pudo ser mirada por él, como necesaria para dar lugar a la emergencia del sujeto, algo que aún espera por suceder en la medida en que el hombre no se redima de su profundo envilecimiento…] […volver a su sencillez, su verdad y su plenitud…” (Carta VII. Pág. 52). Para ello, el hombre debe desplegar todas sus facultades humanas en una simbiosis de libertad y moral en total respeto a los intereses del bien común. Dice Schiller (misma carta y página) que
“Cuando el hombre primitivo abusa anárquicamente de su albedrío, apenas se le puede mostrar su libertad; cuando el hombre de la cultura hace poco uso de su libertad, no puede privársele de su albedrío”
En este proceso de búsqueda de una nueva armonía que supere el desgarramiento que vivía en su época la humanidad –y que aún perdura- el papel de la estética aparece como primordial, sintetizando los impulsos sensibles con los intelectuales y formales del hombre. Por demás interesante es el impulso de lo lúdico a manera de juego concebido como una manifestación de la sensibilidad que, no obstante, debe someterse a la disciplina de las reglas, reglas propias del objeto sin las cuales, se corrompería la brújula en la búsqueda de lo superior.
Para ello, el hombre entraría en una lucha interna por el doble movimiento de su naturaleza que lo determina y de su voluntad que lo libera. De manera que su naturaleza debería ser trascendida hasta el surgimiento de una naturaleza humana que le sea propia la cual, vista desde la moralidad, para Schiller incluye a lo estético como condición. Formula con convicción, una de las nociones más vigentes de lo que el hombre puede llegar a ser a partir de la imagen poética de un alma bella, y al mismo tiempo, se exime de caer en el lirismo fantasioso de lo imposible ya que siempre tiene enraizada la presencia de la acción real del hombre entre otros hombres.
¡Qué bello estás con tu ramo de palma, oh hombre, ya, cuando el siglo declina, en orgullosa y noble hombría, abiertos tus sentidos, con plenitud de espíritu, lleno de gravedad benigna, en laboriosa calma, el más maduro hijo del Tiempo, libre por la razón, por las leyes robusto, por la benevolencia grande y rico por tesoros que te ocultó tu pecho largo tiempo, señor de la Naturaleza, que tus cadenas ama, que ejercita tu fuerza en mil combates y espléndida bajo tu mano del embrutecimiento ascendió!.
En esta primera estrofa de Los Artistas, Schiller parece celebrar al hombre en toda su humanidad, a su nobleza, a su fuerza, a su espíritu, a su bondad, sin embargo, a ninguna de estas condiciones humanas les deja de adicionar la justa cualidad que lo convierte en ser tanto sensible como racional. Su benignidad no es blandamente bondadosa: es grave, tiene peso, su hombría no tiene una nobleza desapercibida: su nobleza es orgullosa, sus sentidos no son meros receptores adormecidos, son abiertos, flexibles, alertas, vivos, su espíritu no es tibio u oculto: es pleno, su calma no lo adormece, su calma es laboriosa.
Su creación lírica, recortada aquí de sus poemas escritos a sus casi 20 años, es de una hondura que parece no dejar nada al azar; el hombre schilleriano es un hombre combativo, que atesora en su interioridad antiguas riquezas para desocultar y hacer surgir lo natural aún en su propia brutalidad; es este un hombre liberado desde la razón, sensibilizado por el arte y fortalecido desde las leyes.
La actividad física: racional, estética y lúdica
El niño en su encuentro con el mundo es como la antigua Grecia para Schiller. Vive, se comunica y crece en una etapa de descubrimiento ingenuo donde el primer hallazgo es sensorial, de placer y displacer donde el razonamiento no está aún presente en ese juego de encuentros y despertares de un mundo que es fundamentalmente el mundo de los sentidos.
“Sabio es ante todo el que sabe muchas cosas por naturaleza. Los advenedizos de la cultura, ‘esos que sólo saben por haber aprendido’ no merecen más que desdén”
Esta expresión de Píndaro, actualmente y luego de la valorización consensuada de la educación formal, huele a primariamente desubicada y de prepotente soberbia; pero desde el discurso schilleriano, podríamos inferir que lo que se juzga con desdén es el desequilibrio provocado por un superficial y casi repentino alud de conocimientos o estímulos externos por sobre el natural, paciente y genuino contacto con aquella interioridad original, espontánea, libre e intuitiva sabiduría que realmente nos hace ser. Aprender o reaprender lo oculto, hoy parece ser urgente.
La educación del movimiento hoy, se aborda a partir del hacer en relación al entender: entendida la consigna -por el intelecto o por la imitación- podré realizar lo que ella ordena. La razón me permitirá acceder a la acción y el movimiento correcto es el propósito a cumplir. En la educación por el movimiento, el propósito es un hombre educado, sensibilizado; capaz de ser tal por el desarrollo de todas sus facultades, relación natural entre el sentir, el comprender y el hacer.
El movimiento correcto aquí deja de tener protagonismo para considerar al movimiento que sea producto de un encuentro con el libre gusto de moverse. El gusto previo del juego libre devendrá de ser ese cuerpo que puede moverse. Es así como, las líneas teóricas psicomotricistas enriquecieron a la educación física con el importante enfoque de la sensopercepción, sin embargo aún no ha podido ser incorporado a las clases cotidianas por al gran auge del exitismo resultivo.
Sin dudas que la valoración del propio cuerpo y el ajeno como lo único necesario para ser y estar vivos, en la medida en que desde él nos manifestamos en movimiento - vida, es un punto de partida central a considerar en cualquier análisis.
“…un hombre, aunque viva y tenga forma, no es por eso ya forzosamente una forma viva. Para ello se requiere que su forma sea vida y su vida sea forma. Mientras sólo pensemos en su forma, esta carece de vida, es simple abstracción; mientras solamente sintamos su vida, esta carece de forma, es pura impresión. Únicamente cuando vive su forma en nuestra sensación y su vida adquiere forma en nuestro entendimiento es él forma viva, y este será siempre el caso cuando lo juzguemos bello.”
No teniendo esta claridad, el educador físico corre el riesgo de minimizar cualquier pensamiento, acción o sentimiento que en el niño - ser humano se genere, reduciendo el valor a lo que él mismo genere en la creencia de su propia superioridad.
El cuerpo, como el Ser en evidencia, será cuidado y protegido, porque en él se cuida y se protege al hombre, pero ello sólo no alcanzará para Ser humano. De allí en más, los razonamientos, argumentos y tomas de decisión de los maestros en el patio escolar, serán de gran importancia en tanto los niños se entregan abiertos y confiados a su responsabilidad cognoscitiva. El resto, para Schiller, será la búsqueda de la verdad como la búsqueda de la belleza, la alegría y la libertad, las cuales si están dentro de normas morales trascenderá en cuidadoso respeto a la libertad del otro. Es por cierto, el valor de todas las dimensiones, sensación, materia e idea, lo que llevará a la verdad de la armonía, en ello el sentido de belleza y moral en el ser humano. Ser libre para crear las acciones del propio camino de vida podrá ser simplemente un tiempo de observación consciente de sus consecuencias.
Un niño que se encuentra ante el serio juego de conocer su propio cuerpo y sus más variadas posibilidades de acciones ante una inteligente y sutil sugerencia de búsqueda de un adulto, sin órdenes de obediencia sobre qué hacer y qué no, sabrá (de sabiduría) cuándo lo que está haciendo con sus movimientos es o no verdadero, es o no bello. Un niño que es conducido a ejecutar movimientos imitadores de modelos externos, aprenderá a responder de allí en más, a reaccionar limitado por el entendimiento de lo racional y de lo que no lo es, según haya sido enseñado. Pero si en la etapa infantil de su formación, les permitimos fortalecer las leyes de lo mejor para sí, es posible que ese sujeto alcance la libertad, la libertad que da el conocimiento de lo verdadero más cercano a nuestra intuición que será estimulada y robustecida para no perderla.
No hay aquí un desmerecimiento de la razón por sobre la estética, hay una valoración de lo sensorial a nivel de aquel tesoro interior que al no ser alimentado muere o al menos, dormita. Las personas que no han despertado su intuición ante el mundo, y en este caso ante el mundo de la corporeidad consciente, poseen una dependencia permanente (no irreversible) de otro que interceda por él, que les explique cuándo un profesional del movimiento le está proponiendo lo mejor a su cuerpo, a su ser en cuerpo. Pero en términos de profesionalismo, el valor de la intuición precisa ser completada con los argumentos del conocimiento. Otra vez, una sola dimensión, sólo hipertrofia una mirada a costas de perder las otras.
Esta disciplina es muy joven en cuanto a las reflexiones sobre metodologías e intenciones de su hacer, por ello mismo puede considerarse a la defensiva de lo flexible y de lo novedoso. Aún se cuida lo establecido y lo tradicional, no están claros los roles de los investigadores y de los técnicos, por lo cual los últimos generalizan la empiria de sus gimnasios y los primeros luchan por lograr la credibilidad en el estudio, pero aún así, estos, entran en duros e irreconciliables combates entre la orientación biológica y la orientación expresiva; entre los que enarbolan las banderas del fortalecimiento de los músculos superficiales y los defensores de la flexibilidad de la musculatura profunda en las llamadas gimnasias blandas cada vez más valoradas ante la mirada resistiva de los que tienden a quedarse en la familiaridad de lo conocido.
Ante tanta confusión, plantear una valorización de lo suprasensible en la infancia para alcanzar una ética corporal, parece acercarse más a una utopía que a una posibilidad real. Sin embargo, la inconsciencia de muchas de las acciones humanas, la violencia animal que obtura las puertas a la ascensión del hombre sobre su propia ignorancia, la ausencia de una responsabilidad asumida por los destinos del planeta, reclaman una vuelta a las fuentes; en ello va mi reconocimiento a este pensador, no en el intento de regresar a su época sino de ver sus ideas a la luz de la actualidad.
No hay en la actividad física educativa nada manifiesto que valorice lo destructivo, nada que premie lo mortífero, nada que conduzca a lo grotesco ni a lo brutal, sin embargo, el impulso estético, entendido como la libertad creativa en armonía de las dimensiones humanas que plantea Schiller, capaz de desarrollar la sensibilidad que descubra la belleza del encuentro consigo mismo, con el sentido de unidad y de vida interior como una ínfima réplica de la creación toda, no se encuentra presente. Y he aquí donde se hace más valioso el sentido schilleriano de la armonía: “Con ejercicios gimnásticos se forman, en verdad, cuerpos atléticos, pero la belleza sólo se desarrolla en el juego libre y uniforme de los miembros” Es que la humanidad del hombre no puede reducirse ni a un conjunto de funciones fisiológicas, ni biomecánicas, ni artísticas, ni intelectuales, el sentido de armonía, hace que regresemos a la consideración de cómo transitar el camino hacia ella, cómo desenvolver el impulso lúdico que sin dudas, necesita ser incorporado a este juego vital en el que la voluntad se acerque por la vía sensible al objeto de su conocimiento para una vez asido se pueda hablar racionalmente de ello. La reconciliación de la razón y la sensibilidad, como una doble naturaleza humana, en la cual, como expresa Schiller, es necesario suprimir y conservar simultáneamente a ambas, requiere del juego de hallar y sostener ese equilibrio a fin de abrir las puertas a las mejores ideas y a las más saludables acciones alejando divisiones ezquizoides que sólo logran desarticular al ser humano en lo mejor de sí mismo y de aquellas facultades que serán más, en el sentido de lo superior, si atraviesan juntas sus propias sombras.
El juego en la educación física es un componente central, y si el mismo fuese asumido con la función sublime que le da Schiller, es muy probable que el hombre pueda trascender espacios que todavía están muy restringidos a objetivos cerrados y aún duales. De allí a llevarlos por contraste o afinidad, a otros campos de la actividad humana como el trabajo, la fiesta, el arte, el lenguaje, la literatura, la educación en general, etc. sería un ejercicio de creativa transferencia.
“Si los pueblos griegos se regocijaban con los juegos de Olimpia, con las competiciones incruentas de la fuerza, de la rapidez, de la habilidad y con la disputa, más noble aún, de los talentos]…[comprenderemos, por esta única característica porqué tenemos que buscar las figuras ideales de una Venus, una Juno o un Apolo en Grecia y no en Roma]…[ el hombre no debe hacer con la belleza sino jugar…”
Por otro lado, la actividad creativa es, en este juego que propone Schiller, una salida obligada, porque Schiller no se presenta con caminos definidos a transitar, no hay recetarios ni siquiera sugerencias, hay planteos filosóficos y después… sólo cabe esperar que un corazón sea tocado. Es entonces, lo extra-habitual desconocido tal vez, lo que aparece como parte de ese juego. Porque el fenómeno de lo lúdico, deberá atenerse a los caminos de lo dual y de allí de las elecciones, de sentirse libres para elegir dentro de la ética, de sensibilizarse en el espacio y en el tiempo más adecuado para accionar, de la aceptación del azar, del gusto por la no intencionalidad y sí del disfrute de jugar. Demasiadas libertades para quien aún no ha sabido encontrase en la piel de La libertad.
Algunos pensamientos que abonan lo expresado.
Si Schiller se separa de la posición kantiana sobre lo inútil de buscar el principio objetivo del gusto y se diferencia de las relaciones establecidas por aquel entre belleza y finalidad, el estudiarlo a Kant y el coincidir sí con la idea de belleza sin concepto, favoreció aún más la profundidad con la que Schiller continuó ahondando en el tema.
Un pensamiento realmente impactante, que aparece ya en el Kallias o sobre la belleza, también de Schiller, es el proponer abstraerse tanto del valor teórico como del valor práctico al encontrarse ante un objeto. Esto es a los efectos de no provocar escisiones en sus consideraciones y por lo tanto, el objeto será abordado con la mayor ingenuidad posible, es decir sin pervertirlos con la mediación de concepto alguno y así esperar hallar las propias reglas que emanen del objeto mismo, de su propia esencia o naturaleza.
Esto es muy interesante, y es aún hasta familiar en lo que al descubrimiento del propio cuerpo. Cuando los niños muy pequeños descubren las partes del cuerpo que son capaces de alcanzar con su boca o con sus manos, no hay mediación de concepto alguno y sí, hay un contacto casi puramente sensible por medio del cual sólo parece contactarse en el orden del placer. El ser humano en cualquier etapa y en estado de normalidad, no intenta provocar su propio sufrimiento en estos actos. Lo que sucede luego, es probablemente lo que Schiller reconoce en el devenir histórico posterior a la Grecia del humanismo, como el poder del entendimiento por sobre el de la sensibilidad por haber quebrado la armonía; esto, en los niños de nuestra disciplina, se ven en aquellos cuyos padres, y luego los maestros, los han colmado de razones, reprimiendo, desviando o suprimiendo los estados de natural encuentro con el placer de tocar el Sí mismo.
Si este encuentro es producto de abrirse a la cualidad estética objetiva pertinente al objeto mismo como diría Schiller o si ello es imposible como diría Kant, es un estudio ajeno a la cuestión de su existencia, de su verdad, de su belleza y de esa sensación de libertad y plenitud que tal experiencia puede proveer.
“…el hombre, gracias a la sensación, tiene la experiencia de una existencia determinada y, a través de la conciencia, la experiencia de su existencia absoluta, se despierta, junto con los objetos de ambas, sus dos impulsos fundamentales. El impulso sensible se anima con la experiencia de la vida…; el impulso racional despierta con la experiencia de la ley…; y es entonces, cuando ambos llegan a la existencia, cuando se ha constituido su humanidad…”
El fracaso de toda revolución política dice Schiller en sus Cartas (aludiendo aquí a los desvíos de los nobles principios de la Revolución francesa), se debe a la escisión de la naturaleza humana. Toda mirada que registre a la realidad desde los opuestos, lleva inevitablemente a una reducción del hombre hasta dejarlo en un desequilibrio que lo esclaviza en las rejas creadas por su propia limitación. En nuestra caso, anteponer lo sensoperceptivo a lo biomecánico, lo fisiológico a lo socializador, las gimnasias tradicionales a las gimnasias blandas, las investigaciones cuantitativas a las cualitativas, etc. es un claro ejemplo de ello.
Lejos de considerar que todo sea lo mismo o que posea el mismo valor, verlos desde el enfrentamiento, sólo obstaculiza el camino verdaderamente libre que permita al ser humano vivir en comunidad en forma natural, sin poner en riesgo su propia esencia ni la del otro. El enfrentamiento genera sólo separación y en ella, las fortalezas se atrincheran, se defienden en la familiaridad de lo conocido y se atacan las otras posiciones no permitiendo la integración que enriquecería al todo en lugar de hipertrofiar la dimensión considerada superior.
A mi criterio, lo más liberador de Schiller, es justamente esa suerte de permisividad, de aceptación y de apertura a jugar con lo otro, lo diferente, lo aparentemente ajeno u opuesto, la disposición de sumar en lugar de restar, de ampliar y no reducir, de crecer, de ascender en la libertad que sólo da lo vital, el juego de la inclusión, de la conciencia de ser un cuerpoalma en actividad, en la alegría de estar vivo, comprendiéndose aquí el sentido profundo de su apasionada y vibrante Oda a la Alegría.
Es sin dudas la alegría, el sentimiento de plenitud que exalta la verdad, la belleza y la conciencia de estar vivos en la libertad de la completitud. Llegar a ella pareciera según Schiller, cuestión de aprender sólo un juego, el juego que impulse siempre a la armonía y la pureza del ser superior.
Nora Petrone

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