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miércoles, 16 de enero de 2013



TODO LO QUE VALE LA PENA,  MERECE PENSARSE OTRA VEZ
     
Probablemente por demandas políticas, epistemológicas e históricas, en los últimos años, han aumentado las discusiones y publicaciones que manifestaban, en diferentes artículos y ensayos. la preocupación sobre la identidad cultural de la Educación Física. 
El tema es apasionante pero dista de admitir interpretaciones sencillas. Por eso, analizaremos algunos aspectos que merecen considerarse dando por admitido que algunos de los problemas de  identidad de la disciplina se debieron a su dependencia con respecto a otras ciencias más “establecidas” o justificadas. Lo que nos impidió tocar por música en instrumentos propios y nos llevó a tocar de oído en instrumentos prestados.
Inclusive ha sido frecuente que la Educación Física estratégico siguiese un esquema frecuente en el campo de la política: inventarse enemigos para afianzar la identidad.
Diré, para comenzar, que toda búsqueda de identidad cultural, de su proyección y de su aliento, puede ser perfectamente válida. Pero puede conducirnos a extremos nada recomendables, como cada vez que se restringe el pensamiento complejo, por ejemplo.
Como parte de ese pensar otra vez todo aquello que vale la pena, sugiero que puede haber algo profundamente equivocado en las ansias por una identidad (es decir por la búsqueda de una singularidad) tan fuerte como para que nos lleve a anteponer lo que somos a lo que hacemos.
Porque eso facilita que nuestras búsquedas identitarias primen sobre nuestras intervenciones en las prácticas. Se corre el peligro de que nuestro impulso por definiciones de nosotros mismos y por la afirmación de nuestro prestigio social, determinen nuestras estrategias al dar clases.
Me parece necesario invertir esas jerarquías e insistir en que cada sujeto “es hijo de sus obras”; que seremos según actuemos.
Un espacio de identidad severamente demarcado, puede evitarnos ser meros trasmisores de saberes construidos en otros lado, pero su exageración puede llevar  a convertirnos en repetidores autoritarios sin la menor autoría, desconfiados cuando no represores de las preguntas por las que asoma la cultura cotidiana de nuestros alumnos, imposibilitados de cruzar barreras culturales y sumergirnos, por ejemplo, en las relaciones de la educación corporal con la ética y la estética.
 Una frase que repito por lo gráfica que es, reza:”Los campos cercados son para el ganado”. Tener muy en claro a qué nos dedicamos es, de verdad,  muy necesario. Pero ser un maestro del cuerpo capaz de enfrentar el desafío del cuerpo a cuerpo que implica la educación actual, significa que seamos capaces de transformarnos  en mediadores entre las muy diversas culturas que habitan hoy los alumnos, en preguntadores que familiaricen a niños y adolescentes con saberes habitados por incertidumbres e interrogantes que abren el tema del cuerpo a la innovación y la invención, en cruzadores de fronteras sociales, políticas, étnicas, religiosas, sexuales, y en facilitadores del intercambio de diálogos entre el cuerpo, la ciencia el arte y la historia.
Limitar el conjunto de intervenciones que realizamos a lo que se supone que nos define puede restringir severamente nuestra propuesta. Si insistimos en que también seremos según hayamos actuado, podemos ganar dos cosas.

1.  En primer lugar, abrir nuestra identidad a otras identidades, a otras formas posibles de ser. Existe, sin duda, un conflicto entre identidad y diferencia  en cada uno de nosotros. El auténtico desafío consiste en desplazar, hasta un cierto punto, la lógica de la identidad y confiar en la diferencia. Sin dejar de ser uno mismo. 

2.  En segundo lugar, inaugurar el espacio ético de la responsabilidad, que la Educación Corporal comparte con todas las otras disciplinas escolares. Un espacio con fuerte impronta ontológica  porque ante las incrementadas capacidades del hombre sobre el medio natural, sobre la propia especie y sobre otras especies se requiere una multiplicada responsabilidad. Nuevas capacidades han demandado siempre nuevas responsabilidades y en torno a ese binomio capacidad-responsabilidad nuestra especie ha ido tejiendo su historia.

 

2 comentarios:

miguel dijo...

¡Que suerte que volvió a publicar Mariano!
Algunas veces nos definimos por la negativa. " No soy...instructor,técnico, etc " Estableciendo un status imaginario de nuestro hacer que nos aleja de la compleja realidad corporal en que estamos inmersos.¿Entonces que somos ? Espero que sepa disculpar mi visión sesgada, pero cuando doy clases me siento un tipo con un oficio, en mi caso ( soy entrenador personal )artesanal.Inclusive en la parte económica, mi referencia es la hora de un buen mecánico.
Podemos teorizar sobre los saberes de los que nos nutrimos, pero hay algo que nos distingue, que es lo cotidiano del contacto con los alumnos y lo accesible de nuestro trabajo. Muy pocas profesiones tienen la oportunidad de tirarse al piso para mostrar un ejercicio, de transpirar al lado de una persona que le cuesta bajar cien gramos, o meterse en una rueda y reírse de uno mismo. Es importante la identidad, pero también es importante que sigamos dando clases.Mas y mejores clases.

nadia gallardo dijo...

EXCELENTE ARTICULO