- La generación actual de padres vivieron peleándose con sus propios padres autoritarios. Se prometieron entonces a sí mismos ser más permisivos y “compinches” de sus hijos. El resultado es que hoy, a la hora de ejercer la autoridad, no lo hacen y se han convertido en no padres.
- Sienten más culpas de las que deberían porque se separaron, porque trabajan mucho y están poco con sus hijos o porque no les compran todo lo que sus hijos demandan. (Lo que en una sociedad de consumidores puede ser muy sano).
- Los adultos se han identificado con los jóvenes. Los imitan, inclusive, en sus maneras de vestirse, hablar y divertirse. Antes, las madres de chicas de 16 años estaban vestidas de madres y funcionaban con lógicas de madres. Y las adolescentes funcionaban con lógica de adolescentes. O sea: se pasaban el día frente al espejo produciéndose o apretándose los barritos. Ahora hay dos mujeres frente al espejo, preparándose para correr dos carreras semejantes.
¿Cómo puede pelearse un chico con un padre o una madre que busca ser cada vez más parecido a él? Hay que recordar que peleando con los padres construye el límite. Lo que sucede es que muchos padres olvidan es que los límites hacen falta para crecer. Y posiblemente ignoran que para construir una sociedad democrática , primero hay que tener la idea de ley bien construida. Y eso se aprende en casa.
Es cierto que algunas corrientes del psicoanálisis, se manifiestan en contra de los límites. Argumentan, con razón, de que ante el límite impuesto por los adultos, a los adolescentes sólo les resta someterse o transgredir. Sin embargo, existe otra posibilidad: construir un acuerdo acerca de esos límites.
¿Que habrán pensado acerca de los límites y los necesarios ¡NO! que requieren los hijos, los padres de esos chicos de 17 años, del colegio Cardenal Newman, que murieron hace poco tiempo atrás, en un accidente de auto en la Panamericana?. El accidente se produjo por exceso de velocidad, cuando volvían de bailar, conduciendo un auto de alta gama, que les había prestado uno de los padres.
Decir que nada es como antes es una obviedad. Sin embargo, creo que la escuela no está para ordenar, vigilar y castigar. Ni los maestros deben dedicarse a ver si los chicos tienen piojos. Creo que hay que volver a pactar con los padres. Aun cuando estos vivan en situaciones límites, saben que la escuela es una de las pocas posibilidades que una sociedad injusta y desigual va a ofrecerles a sus hijos. Por lo tanto deben comprometerse a que el chico venga abrigado- ni siquiera digo bien comido- con el pelo limpio, con la noción de que tiene que respetar un espacio de orden, donde va a recibir directivas que deberá escuchar y obedecer. Y ellos mismos deben garantizar que van a concurrir a la escuela cuando sean citados. Insisto: la escuela debe acordar ciertas reglas mínimas con los padres y si no están dispuestos, no se inscribe al chico.
Tales afirmaciones no tienen nada que ver con el autoritarismo. Tienen que ver con que el maestro y la misma escuela necesitan ciertas condiciones mínimas para poder contener a los chicos y educar sin culpa.
Mariano Giraldes
1 comentario:
Excelente profe, como siempre sus análisis inquisidores
Un abrazo y continúe así bajando ¨líneas para crecer¨
Nestor Trepode
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