De una u otra forma, la mayoría
de los adultos estamos atravesados por la relación que mantenemos con la ley o
la justicia. No necesitamos ser especialistas en la perspectiva jurídica para
tener inscriptas en nosotros esas nociones. Tal inscripción nos lleva a reflexionar sobre esos mojones en el
camino, que nos ayudan a tomar decisiones, a los que llamamos valores.
¿Quién no siente horror, cuando
no solo no se aplica la ley y la justicia no opera, sino también cuando nuestros gobernantes y autoridades la
evaden descaradamente? Incluso el odio puede llegar a filtrarse, por lamentable
que sea, porque siendo sujetos éticos, habiendo renunciado a satisfacer una
buena cantidad de nuestros deseos,
habiendo logrado convertirnos en seres que no atentan contra el semejante, la
ley o la justicia, esperamos que se tome en cuenta esa diferencia, a la hora de
premiar o castigar. En última instancia seguimos esperando que la sociedad
sancione en la dirección de nuestra renuncia, para poder sostenerla.
Pareciera que, en la Argentina, la espera se
torna ya insoportable. Resulta llamativo como la violencia se liga a la
impunidad e impacta a todos los grupos sociales. Para los educadores, la falta
de una mínima normatividad ética en niños y adolescentes nos impacta
especialmente. Sobre todo porque afecta tanto a los híper enseñados- aquellos que han disfrutado de todos los cuidados materiales de la educación, pero tienen
padres ausentes- como a los híper
humillados, los eternos destinados a los circuitos de la pobreza y la
exclusión, cuyos padres también ausentes, lo están por otras causas..
Todos ellos, hijos huérfanos de padres vivos, claman por una ayuda
que un Estado agotado casi no les proporciona. Ni tampoco las instituciones
llamadas disciplinarias que aseguran el funcionamiento de ese Estado Nación,
tales como la familia, la escuela, la Universidad o el ejército.
Esto de un Estado debilitado
puede, en nuestros días, sonar contradictorio. No lo es. Puede coexistir un
partido triunfante en elecciones democráticas, que se hace cargo del poder y lleva adelante un gobierno fuerte. Pero en
el marco de un Estado débil, cuyas instituciones, como acabamos de decir, no
funcionan o funcionan mal. Tan mal como la democrática división del Poder
Legislativo, Judicial y Ejecutivo.
Con un Estado
agotado que no provee de ayuda para encauzar el pensar de la sociedad, una escuela que no forma ciudadanos y una familia que no trasmite el valor de la
ley y de los límites… ¿cómo se puede ser un niño o un adolescente hoy?
¿Cómo podemos nosotros, los
maestros del cuerpo, enseñar el sentido
de la regla al jugar, si los chicos desconocen la ley, ese verdadero pacto
para funcionar? ¿Si tienen tremendas dificultades para comprender que la
práctica de los juegos deportivos y los deportes, requieren respetar el
principio de que “así no se puede” pero de todas estas otras formas “sí se puede”?
¿No será que cualquiera que sean
los saberes corporales que enseñemos, la técnica más importante que debe atravesar todo lo que trasmitamos es aquella
que permite incorporar al jugar el sentido
de la regla y de la ley, en el marco del respeto a uno mismo y a los demás?
Por Mariano Giraldes
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